Hacía mucho que no cruzaba
Poseidón, poco contando en días, demasiado tiempo para los deseos de sus
corazón. No tenía miedo a jugarse la vida atravesando las tormentas, ya no
tenía miedo a que el mar lo engullera y acabara con su vida para siempre. No,
no tenía miedo a perder la vida, el terror que le paralizaba era volver de
vacío de Nies, el sinsentido de los viajes, que la niebla volviera derrotarle.
No tenía nada que perder, al caer la niebla perdió la vida de Mees, el renacer del
mar acabó con su la esperanza, le impidió seguir soñando, le arrebató todo y
sin embargo sin nada que perder aquel miedo horrible persistía. Un miedo inconsciente
que no acertaba a entender pero que escondía que en lo mas profundo de Equis
vivía Mees.
Todos los días despertaba por las
noches, a veces azotado por pesadillas, otras por sueños agradables que
concluían de manera abrupta, casi siempre simplemente abría los ojos en medio
de la oscuridad. Desnudo se dirigía al mar como en una especie de ritual. Allí,
con la mirada perdida en Poseidón, apenas iluminado por los constantes relámpagos,
calado hasta los huesos por la pertinaz lluvia, aterido de frío pasaba las horas,
a veces sin pensar en nada y otras sumido en recuerdos. Miraba hacia delante
pero sus ojos solo veían el pasado y no encontraban ideas para el futuro. Aquel
ritual era como una oración, como un grito al cielo, a la tormenta, al mar, a
la niebla, a quién quiera que pudiera darle una respuesta. Una fe parecida a la
que tenían sus ancestros, una fe que estaba demostrado que no valía para nada,
una fe que siempre había repudiado, lo que no se hiciera con las manos del ser
humano simplemente no sucedería. Los dioses estaban muertos en Mees, la razón
los había fulminado, solo del caos surgían los milagros. Equis confiaba que en
el caos sucediera algo, el mas mínimo movimiento del destino que le diera
fuerzas para seguir empujando, para seguir luchando para surcar Poseidón de
nuevo. El azar no le devolvería Mees, tan solo olvidando el terror podría haber
una pequeña puerta, por mínima que fuera, a la esperanza. Ese era el secreto
que estaba escondido en Poseidón, el secreto que debería haber descubierto
cuando lo surcaba temeroso de sus aguas. En el mar se intuían los sueños y, sin
saberlo, era la razón por la que lo visitaba.