Mees, aquella excepción en la
vida, había muerto. Ya no quedaba nada de lo que fue aunque todo en aquel mundo
evocaba su recuerdo. Maes, Nies, Poseidón, los tres hijos de Mees y Mees viviría
en ellos como la herencia genética que la vida se empeña en trasmitir aunque no
exista la esperanza para ella. Algunos archivos de imágenes y muchas palabras
era lo poco tangible que sobrevivió a la completa destrucción. De cuando en
cuando Equis entraba en los archivos para contemplarlos, para leerlos y dejarse
invadir por la nostalgia.
Cruzaría el mar de nuevo. Lo
haría, lo haría para buscar a Tiees y compartir recuerdos. Pero Equis tampoco existía
ya, ahora era Kaos, el hijo de la niebla y de la tormenta, un ser vacío, sin
alma y con la inocencia perdida. Un ser como aquellos que existían antes de que
el milagro de Mees naciera y les entregara su vida plena. Un ser gris, uno mas
en la historia de un universo dónde su nombre jamás quedaría escrito. Kaos el
gris, así lo conocieron en Maes.
Y el planeta recupero su ancestral,
el clima que había en Mees antes de que empezaran a controlarlo. Y Maes era un
polo donde reinaba el hielo, el frio, la nieve y solo los vientos cálidos de
Poseidón templaban en primavera un aire tan gélido que al respirarlo te congelaba
quemándote por dentro. En Nies también había inviernos fríos pero el calor del
desierto también los visitaba en verano. En Maes no había estaciones, en Nies las
tenían todas.
Kaos vivia en el orden que Maes
imponía, el único posible para no sufrir la dulce muerte del frio pero la
rutina le mataba por dentro. En sus ojos ya no había esperanza y de su sonrisa se
borró la ilusión. Vivir para subsistir en una vida en la que no creía, que no
le aportaba nada. Poseidón le esperaba para acompañarlo en su viaje si alguna
vez olvidaba el miedo a volver a hacerlo.
Viajaría. Lo sabía. Llegaría el
momento de abrazar la primavera, en recuerdo aquella primavera casi olvidada en
la que Ciudad Mees nació para la historia. Y ahora solo en Nies había
primaveras.