Poseidón dividió a Mees en dos, un anillo azul planetario de agua salada que
separaba dos ciudades, dos mundos. Maes, la ciudad del Mar, azotada
constantemente por las tormentas que tenían su origen en Poseidón, Nies la
ciudad que seguía sumida en la niebla. Nies ocupaba gran parte de la tierra
habitable, como Mees seguía siendo inmensa, inabarcable. Maes era tan solo un
reducto en un polo. Y Poseidón separándolas, un mar anillo de 2000 km de ancho,
tal vez pequeño en tamaño pero imposible de atravesar debido a las constantes y
desmedidas tormentas que se daban en su centro, unas tormentas que con persistente
constancia se encaminaban hacia Maes. Tan solo podía llegarse de una ciudad a
otra saliendo al espacio y eso, en la actual Mees, suponía un esfuerzo que
ninguna de las dos ciudades podía permitirse. Ambas podían hacerlo si fuera
necesario, si tuviera sentido, pero por el momento la comunicación entre ambos
mundos estaba suspendida, al otro lado del mar el mundo, la vida, era diferente
y ya no caminaban unidas hacia un mismo destino compartido.
Al menos una vez al día un
habitante de Maes, un ser desnudo, sin protección contra la lluvia, contra el
viento, contra el vacío del frio, se encaminaba al mar y allí donde las olas
rompían con mayor violencia se sentaba para observarlo. Se sentaba para no
pensar en nada, su mirada profunda atravesaba la tormenta y le invadían los
recuerdos. Recuerdos de Mees, de su excepción, de la maravillosa vida que un
día fue posible y con la que la niebla acabó para siempre. ¿Por qué? ¿Qué hicieron
mal? ¿qué no supieron hacer para evitar la niebla lo ensombreciera todo?
Preguntas para las que nunca encontraba respuesta, preguntas que tal vez no la
tuvieran. Simplemente sucedió como sucedió la vida, nació surgida en el caos
del universo y pereció hundida en ese mismo caos. Vida y muerte, principio y
fin y solo con sentido en si misma.
Y cuando soñaba soñaba con Mees,
aunque nunca se acordaba de sus sueños, porque cuando has vivido el sueño, el
mayor sueño, el mas grande, el único, el
sueño que da sentido a la vida es imposible soñar ya con otra cosa. Otros
sueños, otros deseos eran solo el clavo ardiente al que agarrarse, sustitutos
conseguibles de un gran sueño que no podía alcanzarse y que daban sentido a una
vida que sería demasiado triste sin ellos, pequeñas cotas de felicidad en un
mundo triste y gris, como era el mundo antes de que Ciudad Mees llegara al
esplendor de la vida plena. Soñar Mees era el primer paso para volver a
construirla y el sueño era casi real porque ya se había vivido, real pero tal
vez inalcanzable para él. La niebla, las tormentas y aquel mar eran obstáculos demasiado
grandes y sus manos, su experiencia, su conocimiento de la vida demasiado
cortos. De alguna manera lo sabía, solo en Poseidón podría encontrar las
respuestas, tan solo en el mar se podían intuir los sueños.
Tras mucho tiempo visitando al
mar, su deseo, su sueño, su pequeña
esperanza era que al otro lado del mar, en Nies, sumido entre la niebla que
oscureció la vida, hubiera otro ser desnudo mirando al mar.