Y se derramó. La niebla se
convirtió en lágrimas que lo anegaron todo para convertirse en mar, un mar
duro, un mar gélido. Desconcertados los Permi miraban como se disolvía la
niebla entorno a Poseidon y renacía el mar. Huyeron corriendo para que aquellas
aguas no les hundieran, huyeron en todas direcciones separándose para tal vez
no volver a encontrarse nunca. Se desató la tormenta, llovía, llovía sin parar,
el viento era intenso, y el frio profundo. Sus harapos de colores no podrían
protegerles de aquello, congelados, calados hasta los huesos, corrían hacia un
destino desconocido, buscando la protección de las calles secas que aun permanecían
sumidas en la niebla. Niebla y tormenta naciendo el mar. Lo desconocido creo el
miedo y sin embargo les invadía una sensación de familiaridad escrita en sus
genes. Conocían el mar sin saberlo. Un destino incierto, una palabra por
pronunciar.
Días y días de lluvia y de niebla
vertiéndose en la profunda depresión de los escombros que nacía en los
escombros de Poseidón. Y el mar crecía ahogando a los que quedaban atrás, a los
que sus fuerzas eran menores que el miedo, a los que admiraban lo que sucedía
sin pensar en que podría ser su final. Una huida hacia adelante o perder la
vida. No mirar atrás, correr sin parar hasta desfallecer. Ahora también el
sentido de la vida de los Permis era la pura supervivencia, huida constante,
miedo constante, amor constante. Los Demor y los Moor estaban lejos, a salvo y
a la vez muertos, muertos por una vida vacía. Ahora los Permi sabían lo que
sentían, desesperación, dolor y miedo. El miedo destruye la esperanza, el miedo
destruye la vida, la deja en nada. Y corrían, corrían, huían del mar, de la
tormenta para perderlo definitivamente todo, sin darse cuenta que el mar podría
ser el principio, como lo fue para sus ancestros mas olvidados. Una tarea
titánica construir Mees, una esperanza para la vida.
Cesó la tormenta, la niebla dejó
de transformarse en mar de manera abrupta y tan solo gotea intermitentemente
para convertir aquel mar en océano. Sutiles lágrimas tan solo, apenas
apreciables en el rostro de Mees pero que no paraban de caer, que tardarían
años en detenerse. Una extensión importante de Mees volvía a ser mar, y en las treguas entre tormentas era
iluminada por sus soles, la mayoría sin embargo seguía sumida
en la niebla sin saber lo que estaba sucediendo. Ciudad Mees se partió en dos.
Maes la ciudad del mar, Nies la ciudad de la niebla, un único mundo y dos
realidades sin esperanza para la vida, abocadas a una triste existencia carente
de sentido, sobrevivir hasta que les alcanzara la muerte. La vida plena dejó de
ser posible, la felicidad plena ni tan siquiera podía soñarse. Imposible
construir lo que ni tan siquiera somos capaces de imaginar, de soñar. En el mar de Mees, en Poseidón, en lo más
profundo de aquellas gélidas aguas, en el punto dónde se originaban las
tormentas habitaban las sueños; en el punto más inhóspito de aquel planeta que
un día fue Ciudad Mees habitaban los sueños. Frente al mar, azotado por la
lluvia y el viento helado, un ser desnudo contemplaba las olas intuyendo los
sueños ocultos en lo más profundo de Poseidón.