viernes, 8 de enero de 2016

Casicuentos para Rita: Poseidón, el mar de Mees

Y se derramó. La niebla se convirtió en lágrimas que lo anegaron todo para convertirse en mar, un mar duro, un mar gélido. Desconcertados los Permi miraban como se disolvía la niebla entorno a Poseidon y renacía el mar. Huyeron corriendo para que aquellas aguas no les hundieran, huyeron en todas direcciones separándose para tal vez no volver a encontrarse nunca. Se desató la tormenta, llovía, llovía sin parar, el viento era intenso, y el frio profundo. Sus harapos de colores no podrían protegerles de aquello, congelados, calados hasta los huesos, corrían hacia un destino desconocido, buscando la protección de las calles secas que aun permanecían sumidas en la niebla. Niebla y tormenta naciendo el mar. Lo desconocido creo el miedo y sin embargo les invadía una sensación de familiaridad escrita en sus genes. Conocían el mar sin saberlo. Un destino incierto, una palabra por pronunciar.
Días y días de lluvia y de niebla vertiéndose en la profunda depresión de los escombros que nacía en los escombros de Poseidón. Y el mar crecía ahogando a los que quedaban atrás, a los que sus fuerzas eran menores que el miedo, a los que admiraban lo que sucedía sin pensar en que podría ser su final. Una huida hacia adelante o perder la vida. No mirar atrás, correr sin parar hasta desfallecer. Ahora también el sentido de la vida de los Permis era la pura supervivencia, huida constante, miedo constante, amor constante. Los Demor y los Moor estaban lejos, a salvo y a la vez muertos, muertos por una vida vacía. Ahora los Permi sabían lo que sentían, desesperación, dolor y miedo. El miedo destruye la esperanza, el miedo destruye la vida, la deja en nada. Y corrían, corrían, huían del mar, de la tormenta para perderlo definitivamente todo, sin darse cuenta que el mar podría ser el principio, como lo fue para sus ancestros mas olvidados. Una tarea titánica construir Mees, una esperanza para la vida.

Cesó la tormenta, la niebla dejó de transformarse en mar de manera abrupta y tan solo gotea intermitentemente para convertir aquel mar en océano. Sutiles lágrimas tan solo, apenas apreciables en el rostro de Mees pero que no paraban de caer, que tardarían años en detenerse. Una extensión importante de Mees volvía a ser mar, y en las treguas entre tormentas era iluminada  por sus soles, la mayoría sin embargo seguía sumida en la niebla sin saber lo que estaba sucediendo. Ciudad Mees se partió en dos. Maes la ciudad del mar, Nies la ciudad de la niebla, un único mundo y dos realidades sin esperanza para la vida, abocadas a una triste existencia carente de sentido, sobrevivir hasta que les alcanzara la muerte. La vida plena dejó de ser posible, la felicidad plena ni tan siquiera podía soñarse. Imposible construir lo que ni tan siquiera somos capaces de imaginar, de soñar.  En el mar de Mees, en Poseidón, en lo más profundo de aquellas gélidas aguas, en el punto dónde se originaban las tormentas habitaban las sueños; en el punto más inhóspito de aquel planeta que un día fue Ciudad Mees habitaban los sueños. Frente al mar, azotado por la lluvia y el viento helado, un ser desnudo contemplaba las olas intuyendo los sueños ocultos en lo más profundo de Poseidón.