lunes, 28 de diciembre de 2015

Casicuentos para Rita: Los sonidos de Mees

Si en Mees hubiera existido la noche hubiera sido completamente silenciosa, pero en Ciudad Mees nunca se ponía el sol, la megaciudad ocupaba prácticamente todo un planeta alumbrado por tres soles. Nunca era de noche pero tampoco era nunca de día, la vida siempre rebosaba sus calles y solo la vida rompía el silencio. Sus ingenios trabajaban para mantener la vida, para hacerla posible en su máximo esplendor, pero eran completamente silenciosos, nada sin vida emitía sonidos en Mees.
En Ciudad Mees solo se oía el bullicio de sus gentes, sus risas, sus llantos, sus voces melodiosas sumidas en interminables conversaciones, los gritos de los niños jugando en la calle, los aplausos tras una obra de teatro, las ovaciones de los acontecimientos deportivos, la música de un concierto, los pasos de un baile, los susurros de la poesía declamada en un parque, el atronador sonido de un día de mercado… y el viento, el viento que siempre soplaba en Mees silbaba al recorrer sus calles, casi siempre prácticamente silencioso pero siempre como el más bello de los sonidos de fondo.

Calló el viento y entró la niebla y con la niebla llegó el silencio. La vida se paralizó en Mees, se congeló y sus sonidos fueron desapareciendo. En las calles podías oír los pasos perdidos de gentes que no sabían a dónde iban, podías oír sus respiraciones agitadas, entrecortadas por el esfuerzo de caminar entre la niebla y podías oír su miedo. El miedo sustituyo al viento de Mees como sonido de fondo, el más terrible de los sonidos, el menos hermoso. Tan solo en los más profundo de la niebla se mantenían atisbos de aquella vida y se podían escuchar interminables conversaciones de aquellas melodiosas voces intentado resolver el enigma de la niebla, pero eran voces tristes y solo la alegría podría traer de nuevo la vida a Mees. Solamente la alegría disolvería la niebla para convertirla en mar y poder empezar de nuevo.