El caldo prebiótico de
un mar primigenio fue el origen de la vida en Mees y en el mar creció y junto
al mar evolucionó y finalmente el mar desapareció para hacer posible Ciudad
Mees, para hacer posible la vida.
Hacia milenios que el
mar había desaparecido, se fue consumiendo poco a poco porque cada gota de
agua, cada grano de sal, fue necesaria para crear Ciudad Mees y Ciudad Mees
nunca olvidaría el mar aunque nunca volverían a verlo. Se recordaba ese mar
tranquilo y en el calma ante el que cualquiera podía sentarse y observarlo sin
pensar en nada, ese mar agitado con olas rompiendo contra la roca modelando
durante milenios un mundo nuevo, ese mar en días de lluvia, en días de
tormenta, ese mar tan duro en el que parecía que el mañana no llegaría, ese mar
de olas gigantes y cambios abruptos que transformaba la vida. Ya no había mar
en Mees y sin embargo Ciudad Mees era la ciudad del mar.
La niebla nunca llegó
al mar, el mar simplemente ya no existía, pero se concentró allí dónde sus
últimas aguas estuvieron presentes. En aquel lugar la niebla fue mas densa, a
aquel lugar fueron los Permis, los perseguidores de mitos, que creían que
disipando la niebla volvería la vida a Mees y para entenderla querían
sumergirse en ella, en lo mas oscuro de su sombra y la niebla había elegido el
mar para instalarse y desde allí oscurecerlo todo, desde allí oscurecer la
vida.
Los Permís sabían que
allí había estado el último mar, allí habían roto las últimas olas, allí se
había sentido por última vez sus salinas gotas resbalando por las mejillas de
quienes lo observaban. Lo que todavía no sabían es que aquella niebla era el mar que había venido
para quedarse.