lunes, 14 de diciembre de 2015

Casi cuentos para Rita: Ciudad Mees

Cada esquina que doblaba le trasladaba a otra calle oculta por la niebla. Parecía que aquellas aceras desangeladas jamás llegarían a conocer la luz del medio día. Siempre gris, frío y triste, así era la ciudad de Mees.
Caminaba sin saber a dónde ir, completamente desorientado y prácticamente ciego. Sin destino, sin pasado y sin anhelar ningún futuro. Mees era un sitio demasiado cruel para las personas que habitaban en él, devoraba sueños y esperanzas y excretaba personas sin vida que se limitaban a sobrevivir en aquel tiempo aciago.
Atrás quedaban los tiempos luminosos, aquellos tiempos arcoíris en los que la que Mees era el paraíso de la felicidad. Pero Mees estuvo siempre escondida, fue siempre un secreto para el mundo y era solo cuestión de tiempo que llegaran las sombras. Suelen decir que lo que no se ve se pudre y la putrefacción llegó tal vez antes de lo esperado ajando sus calles y agriando su aroma.
Pero nadie quería huir de Mees, nadie quería emigrar a otras tierras extrañas, nadie quería buscar una vida después de haber vivido intensamente en aquella ciudad de la alegría. Sus habitantes deambulaban por las calles intentando ver el cielo, encontrar un resquicio entre la intensa niebla que les permitiera ver una estrella en la noche o un rayo de sol en el día. Ese era su destino, deambular hasta que les alcanzara el olvido o tal vez la muerte. Fantasmas de un pasado tan real como inexistente.
No hay sonrisas en Mees, no hay llantos ni lágrimas, no hay risas, ni miradas cálidas e intensas, no hay odio ni amor, no hay guerra ni paz, en Mees ya no queda nada. Solo calles que recorrer una y otra vez esperando un milagro imposible sin fe y en Mees nunca hubo fe, ni aun en los buenos tiempos la hubo. Una razón más que condujo a su destrucción.
De Mees solo quedan ya las calles, las casas y los templos que su habitantes construyeron sacrificándolo todo y esa eterna niebla que no permitirá ver nunca las grandes obras que fueron.
Tan solo un caminante, uno solo, toca con sus manos cada piedra, cada baldosa, cada pared de hormigón para recordar con sus manos lo que sus ojos no volverán a ver a nunca. Siente la vida dentro de ellas. Se equivoca terminará perdiendo su sonrisa y la vida en el intento de que Mees vuelva a un esplendor que no quiso ser más que una ficción, una historia de esas que jamás se contará a nadie porque a nadie le interesa.
Así es Mees, una ciudad para vivir en el recuerdo y para morir esperando una luz que no llegara nunca.