Los arboles estaban
secos, sin vida. Antes de que entrara aquella niebla maldita en la ciudad los
arboles eran verdes y frondosos. Cuando llovía podías refugiarte debajo de sus
copas porque eran tan tupidas que apenas dejaban resbalar unas pocas gotas de lluvia
hacia la base de sus troncos. Si estabas mucho tiempo cubriéndote o las lluvias
eran torrenciales te terminabas mojando pero te ofrecían una protección que
jamás encontraras en ningún árbol de ninguna ciudad de mundo.
Así eran los árboles de
Ciudad Mees pero la niebla lo cubrió todo. Al principio sus hojas resistieron
verdes y tersas pero poco a poco fueron adquiriendo esos tonos amarillos y
granate-rojizos tan propios del otoño. Apenas se veían, pero eran bellos, tan
bellos al menos como las deslumbrantes primaveras; bellos si pero melancólicos.
Y las hojas empezaron a
caer y vestir los suelos con sus colores. Pronto se acumularon miles, millones
de hojas en el suelo que nadie se molestaba ya en recoger y limpiar. Volaban
impulsadas por el viento por las calles vacías de una ciudad prácticamente
abandonada que ya nadie se molestaba en cuidar y mantener limpia. La caída de
las hojas de los árboles de Ciudad Mees fue el símbolo de destrucción total
para muchos de sus habitantes. Por suerte la maldita niebla no les permitió ver
como iba cayendo cada hoja, como cayo la última del último árbol, las lágrimas
hubieran lo hubieran inundado todo. Tal vez hubiera sido lo mejor porque
durante mucho tiempo esperaron una primavera que no llegaría nunca.
Ha pasado el tiempo y
los arboles sigue secos, en pie, como orgullosos testigos de una ciudad que se
hunde pero negándose a caer con ella. Sus troncos ahora son grises, casi
blanquecinos, el tiempo suturó al fuego del frio sus peciolos y ni tan siquiera
se intuye ningún brote que pueda devolverlos a la vida. Muchos de ellos están
muertos ya, algunos empiezan a ser devorados por miles de insectos y abonarán
una tierra en la que no crecerá nada mientras la ciudad siga sumida en la
niebla. Sin embargo los xilemas de algunos todavía trasportan gotas de su savia
negándose a un destino tan cruel como inevitable. Morirán sin duda y de ellos
tan solo quedará el recuerdo de su esplendor. Morirán como muere Ciudad Mees,
sumidos en la mas densa de las nieblas y sin capacidad para sentir y aguantar
más dolor. Una muerte dulce en días amargos. Una muerte que ojalá les llegara
pronto para acabar con un sufrimiento sin sentido. La vida siempre se abre
camino pero en Ciudad Mees ya no hay lugar para la esperanza ni para los
sueños. La niebla terminará secando los pocos ojos que aún osan mirar al cielo.