martes, 15 de diciembre de 2015

Casicuentos para Rita: Los árboles de Mees

Los arboles estaban secos, sin vida. Antes de que entrara aquella niebla maldita en la ciudad los arboles eran verdes y frondosos. Cuando llovía podías refugiarte debajo de sus copas porque eran tan tupidas que apenas dejaban resbalar unas pocas gotas de lluvia hacia la base de sus troncos. Si estabas mucho tiempo cubriéndote o las lluvias eran torrenciales te terminabas mojando pero te ofrecían una protección que jamás encontraras en ningún árbol de ninguna ciudad de mundo.
Así eran los árboles de Ciudad Mees pero la niebla lo cubrió todo. Al principio sus hojas resistieron verdes y tersas pero poco a poco fueron adquiriendo esos tonos amarillos y granate-rojizos tan propios del otoño. Apenas se veían, pero eran bellos, tan bellos al menos como las deslumbrantes primaveras; bellos si pero melancólicos.
Y las hojas empezaron a caer y vestir los suelos con sus colores. Pronto se acumularon miles, millones de hojas en el suelo que nadie se molestaba ya en recoger y limpiar. Volaban impulsadas por el viento por las calles vacías de una ciudad prácticamente abandonada que ya nadie se molestaba en cuidar y mantener limpia. La caída de las hojas de los árboles de Ciudad Mees fue el símbolo de destrucción total para muchos de sus habitantes. Por suerte la maldita niebla no les permitió ver como iba cayendo cada hoja, como cayo la última del último árbol, las lágrimas hubieran lo hubieran inundado todo. Tal vez hubiera sido lo mejor porque durante mucho tiempo esperaron una primavera que no llegaría nunca.
Ha pasado el tiempo y los arboles sigue secos, en pie, como orgullosos testigos de una ciudad que se hunde pero negándose a caer con ella. Sus troncos ahora son grises, casi blanquecinos, el tiempo suturó al fuego del frio sus peciolos y ni tan siquiera se intuye ningún brote que pueda devolverlos a la vida. Muchos de ellos están muertos ya, algunos empiezan a ser devorados por miles de insectos y abonarán una tierra en la que no crecerá nada mientras la ciudad siga sumida en la niebla. Sin embargo los xilemas de algunos todavía trasportan gotas de su savia negándose a un destino tan cruel como inevitable. Morirán sin duda y de ellos tan solo quedará el recuerdo de su esplendor. Morirán como muere Ciudad Mees, sumidos en la mas densa de las nieblas y sin capacidad para sentir y aguantar más dolor. Una muerte dulce en días amargos. Una muerte que ojalá les llegara pronto para acabar con un sufrimiento sin sentido. La vida siempre se abre camino pero en Ciudad Mees ya no hay lugar para la esperanza ni para los sueños. La niebla terminará secando los pocos ojos que aún osan mirar al cielo.