Ciudad Mees, ciudad del
viento. Era difícil imaginar Mees sin su
viento, el viento significaba vida en Mees, aquella megápolis lo necesitaba y
cuando cayó la niebla fue mas evidente que nunca.
En Ciudad Mees el clima
estaba controlado, había estaciones como en cualquier otro lugar del mundo,
hacía frio, calor, llovía y hasta nevaba. Los ingenieros podrían haber diseñado
un clima siempre cálido si lo hubieran deseado pero Mees era vida y prefirieron
respetar los ciclos del tiempo que la había hecho posible, los ciclos que
habían traído la vida hasta su era. No se buscaba la perfección, la vida en si
misma ya era perfecta, el clima se controlaba tan solo para que no ocurrieran
desastres y la vida pudiera seguir fluyendo, y la vida en Mees era imposible
sin viento.
Siempre soplaba el viento,
siempre. A veces eran cálidos vientos de un norte donde bullían las calderas de
magma, otras el gélido viento de los páramos de hielo del sur, otras veces una
brisa húmeda de las verdes montañas, otras el viento yodado de un mar que hacía
milenios que había desaparecido… y muchos otros vientos, tan diferentes y tan
iguales pero siempre viento. El viento renovaba constantemente el aire de Mees
para hacerlo mas puro, mas respirable para que los pulmones, el cuerpo y hasta
el alma se llenara de vida.
Entró la niebla y del
viento nunca más se supo. Dejó de recorrer las calles de Mees, dejó de impregnarlo
todo con sus aromas, dejó de oxigenar la vida. El viento y Mees eran uno, tal
vez si hubiera seguido soplando con normalidad la niebla no se hubiera
asentado, tal vez si ahora soplara con fuerza conseguiría despejarla pero el
viento estaba en calma. La ciudad descansaba intranquila en la pesadilla de
aquel manto de niebla, una calma aparente que escondía el peor de los
desastres.