Antes de que cayera
aquella densa niebla no existían dioses en Ciudad Mees. Algunos libros ajados que ya
nadie leía recordaban como sus ancestros mas antiguos creían en seres mitológicos
a los que atribuían poderes mágicos que explicaban todo lo que la escasa
ciencias de los primeros asentamientos de Mees no podía explicar. Hace
demasiado tiempo de eso, los Meesianos no necesitaban ya dioses, su
conocimiento de la naturaleza, de su mundo y de su universo era tan grande que
de haberlo deseado hubieran podido crear con su ingeniería un dios
prácticamente todopoderoso, infinitamente mas poderoso que cualquiera en los
que se creyeron en aquellos tiempos remotos.
En Ciudad Mees se creía
en la vida. Se creía profundamente. De la vida se sabían sus orígenes y su mas
que posible final, el final prácticamente inevitable de una civilización
milenaria. En Mees no había vidas mas importantes que otras y cualquiera
sacrificaría la vida propia por salvar dos vidas cualesquiera que fueran,
aunque raras veces en los últimos milenios había sido necesaria tal cosa. En
Ciudad Mees la enfermedad se había prácticamente erradicado y los accidentes
eran anécdotas que raramente sucedían. La vida empezaba y acababa, no había
nada ni antes ni después, la vida se daba sentido a si misma. Y así fue hasta
que la niebla se apodero de todo.
La niebla escapaba del
conocimiento de Ciudad Mees. Nadie lo previó, nadie lo hubiera podido hacer a
pesar de la prácticamente omnisciencia de Mees. Y lo puso duda absolutamente
todo. Como una pequeña mentira hace poner en duda cientos de grandes verdades,
así penetro la niebla. Si no habían sido de capaces de prever la niebla, si no
eran capaces de disiparla, si no eran capaces ni tan siquiera de saber que era
todo el conocimiento de Ciudad Mees se había convertido en inservible y cómo
sería el fin de la civilización era simplemente papel mojado, mojado por la
humedad de aquella intensa niebla. Y con la niebla nacieron los dioses y
creyendo en dioses se dejó de creer en la vida.
Nació el dios de la
niebla y le llamaron Demor. Era un dios cruel y despiadado que castiga con
muerte y premiaba con odio. La ciencia, la razón eran sus enemigos y los destruía
extendiendo su manto. Se construyeron templos y dentro de los templos altares y
en los altares se sacrificaba la creencia en la vida. El dios que transformó el
nosotros en yo porque adorar a Demor era la única manera de salvar la vida
propia aunque significara destruir el resto. Demor permitía y alentaba
apropiarse de los recursos de Ciudad Mees para la propia subsistencia porque la
subsistencia de todos era imposible. Demor entendía que destruir otras vidas
era la única vía para salvar la nuestra. Tras la muerte no hay nada y hay que
vivir a toda costa.
También nació Moor el
dios del sol que disolvería la niebla. Era un dios bondadoso que premiaba con
la vida y castigaba con amor. La ciencia y la razón eran simplemente
intrascendentes solo Moor podía cambiar el destino. También surgieron templos, también
se construyeron altares y en ellos también se sacrificaba la creencia en la vida.
Moor exacerbaba el amor poniéndolo por encima de la vida. Amar a los demás para
amarse a si mismo. Los que adoraban a Moor se sacrificaban a si mismos para
salvar a los demás. El amor lo era todo y la vida propia carecía de importancia,
si amabas tras tu muerte Moor te acogería en su paraíso sin niebla.
Los adoradores de
dioses construyeron sus cultos, los llenaron de mitos, de historias falsas
basadas y unidas a sucesos históricos de Ciudad Mees y el mundo dejó de
entenderse sin ellos. Mees era como era por sus dioses. Tan solo unas pocas
personas seguían intentando entender la niebla y Demor y Moor las despreciaban
por ello. Se convirtieron en seres marginales, excluidos y hasta incluso
perseguidos por Demorianos y Morianos porque suponían una amenaza a su
creciente poder. Fueron los Permi, los perseguidores de mitos, y acabaron en la
clandestinidad, escondidos en lo mas profundo de la niebla, dónde ya no había nada
y nadie se atrevía a entrar porque la vida no era posible. Y sin embargo lo
era, los Permi encontraron el camino para su subsistencia, encontraron el
camino para la vida y allí escondidos estudiaban la niebla que los envolvía.