miércoles, 16 de diciembre de 2015

Casicuentos para Rita: Los dioses de Mees

Antes de que cayera aquella densa niebla no existían dioses en Ciudad Mees. Algunos libros ajados que ya nadie leía recordaban como sus ancestros mas antiguos creían en seres mitológicos a los que atribuían poderes mágicos que explicaban todo lo que la escasa ciencias de los primeros asentamientos de Mees no podía explicar. Hace demasiado tiempo de eso, los Meesianos no necesitaban ya dioses, su conocimiento de la naturaleza, de su mundo y de su universo era tan grande que de haberlo deseado hubieran podido crear con su ingeniería un dios prácticamente todopoderoso, infinitamente mas poderoso que cualquiera en los que se creyeron en aquellos tiempos remotos.

En Ciudad Mees se creía en la vida. Se creía profundamente. De la vida se sabían sus orígenes y su mas que posible final, el final prácticamente inevitable de una civilización milenaria. En Mees no había vidas mas importantes que otras y cualquiera sacrificaría la vida propia por salvar dos vidas cualesquiera que fueran, aunque raras veces en los últimos milenios había sido necesaria tal cosa. En Ciudad Mees la enfermedad se había prácticamente erradicado y los accidentes eran anécdotas que raramente sucedían. La vida empezaba y acababa, no había nada ni antes ni después, la vida se daba sentido a si misma. Y así fue hasta que la niebla se apodero de todo.

La niebla escapaba del conocimiento de Ciudad Mees. Nadie lo previó, nadie lo hubiera podido hacer a pesar de la prácticamente omnisciencia de Mees. Y lo puso duda absolutamente todo. Como una pequeña mentira hace poner en duda cientos de grandes verdades, así penetro la niebla. Si no habían sido de capaces de prever la niebla, si no eran capaces de disiparla, si no eran capaces ni tan siquiera de saber que era todo el conocimiento de Ciudad Mees se había convertido en inservible y cómo sería el fin de la civilización era simplemente papel mojado, mojado por la humedad de aquella intensa niebla. Y con la niebla nacieron los dioses y creyendo en dioses se dejó de creer en la vida.

Nació el dios de la niebla y le llamaron Demor. Era un dios cruel y despiadado que castiga con muerte y premiaba con odio. La ciencia, la razón eran sus enemigos y los destruía extendiendo su manto. Se construyeron templos y dentro de los templos altares y en los altares se sacrificaba la creencia en la vida. El dios que transformó el nosotros en yo porque adorar a Demor era la única manera de salvar la vida propia aunque significara destruir el resto. Demor permitía y alentaba apropiarse de los recursos de Ciudad Mees para la propia subsistencia porque la subsistencia de todos era imposible. Demor entendía que destruir otras vidas era la única vía para salvar la nuestra. Tras la muerte no hay nada y hay que vivir a toda costa.

También nació Moor el dios del sol que disolvería la niebla. Era un dios bondadoso que premiaba con la vida y castigaba con amor. La ciencia y la razón eran simplemente intrascendentes solo Moor podía cambiar el destino. También surgieron templos, también se construyeron altares y en ellos también se sacrificaba la creencia en la vida. Moor exacerbaba el amor poniéndolo por encima de la vida. Amar a los demás para amarse a si mismo. Los que adoraban a Moor se sacrificaban a si mismos para salvar a los demás. El amor lo era todo y la vida propia carecía de importancia, si amabas tras tu muerte Moor te acogería en su paraíso sin niebla.

Los adoradores de dioses construyeron sus cultos, los llenaron de mitos, de historias falsas basadas y unidas a sucesos históricos de Ciudad Mees y el mundo dejó de entenderse sin ellos. Mees era como era por sus dioses. Tan solo unas pocas personas seguían intentando entender la niebla y Demor y Moor las despreciaban por ello. Se convirtieron en seres marginales, excluidos y hasta incluso perseguidos por Demorianos y Morianos porque suponían una amenaza a su creciente poder. Fueron los Permi, los perseguidores de mitos, y acabaron en la clandestinidad, escondidos en lo mas profundo de la niebla, dónde ya no había nada y nadie se atrevía a entrar porque la vida no era posible. Y sin embargo lo era, los Permi encontraron el camino para su subsistencia, encontraron el camino para la vida y allí escondidos estudiaban la niebla que los envolvía.