lunes, 18 de julio de 2016

Casicuentos para Rita: Ciberbog XXXVII Apariencias

No pudo ocultar, tampoco parecía pretenderlo, ni por un instante su decepción. Su trato empezó a ser menos amable y la constante sonrisa se borró de su cara. Era normal, su perspectiva de gran negocio se había esfumado. Vender unos pocos ciberbogs era una buena venta pero para eso no me habría recibido el en persona. El debió pensar lo mismo y me preguntó “¿para comprar unos ciberbogs te has desplazado hasta aquí?, tenemos disponible toda la información en nuestros catálogos y comerciales senior que se desplazan a todo el mundo, otros mundos incluidos”. La frase guardaba cierto tono de esperanza de que todavía era posible un gran negocio y solo estábamos jugando una partida de póker.
Era el momento. Le hablé de que aparte de algunos de los ciberbogs que tenían en catálogo, de los que estaba sobradamente informado, tenía un encargo especial que quería saber si podían satisfacerme. Su rostro volvió a cambiar, curiosidad y créditos se reflejaban en sus ojos.
Le hable de que quería llenar el complejo de ciberbogs pero no todos de seguridad. Quería que fueran asistentes personales durante el viaje que se encargaran de todo durante el viaje, pero mucho mas que eso, que fueran capaces de interpretar el estado de ánimo de las personas, aprender de sus comportamientos y ofrecerles las posibilidades que mas encajaran con ellos. El trabajo que haría un anfitrión pero con las ventajas de un ser robótico pero para eso quería que los robots entendieran de sentimientos.
La cara volvió a cambiársele, como si la habitación se hubiera llenado de fantasmas pero se recompuso de inmediato ante la perspectiva de sumar una cantidad increíble de créditos a las cuentas de la corporación y a las suyas propias. Me habló de que precisamente en esos momentos tenían una línea de investigación abierta en ese sentido con indicadores muy prometedores y que esperaban que pronto empezara a dar resultado. Siendo mi proyecto a largo plazo y con una inversión comprometida por mi parte en caso de éxito incrementarían los fondos para la investigación. Sin duda estaba mas que ilusionado con la idea e intenté tirarle de la lengua para que me contara en que consistía esa investigación, sin embargo se mostraba esquivo a dar detalles hasta que finalmente me dijo que era completamente secreto, que no podía decirme mas y que cuando tuvieran los primeros resultados concluyentes me invitarían a las instalaciones para que fuera la primera persona en observarlos insitu.
Le pregunté qué influencia podía tener la muerte de la doctora Roes en el desarrollo de la investigación. Su cara volvió a transformarse, esta vez un atisbo de ira cruzo por ella pero se transformó de inmediato en una sonrisa de autocomplacencia. “Nuestra investigación es totalmente independiente de la doctora, esa vieja idealista hubiera intentado frenar nuestro desarrollo, su muerte no ha podido llegar en mejor momento”. Tras esta frase echó una risotada maliciosa que compartí gustoso añadiendo “hay dos clases de personas, las que tienen ideales y las que tienen créditos y este traje no se compra con ideales”. Ambos reímos juntos de nuevo.
El encuentro estaba a punto de finalizar y aunque de la conversación había podido extraer algún indicio que reforzaba la teoría del asesinato de la doctora, no había cumplido el objetivo de colocar en aquel despacho un minúsculo transmisor espía electrocuántico. Tuve que recorrer muchas tiendas de antigüedades tecnológicas hasta dar con él, muchas personas las coleccionaban pero nadie pensaba en usarlas, empero el ciberbog afirmaba que ese aparato en concreto era el único que nos permitiría expiar toda la información que el presidente guardaría celosamente en sus archivos personales y resistiría al barrido de seguridad de su oficina. La segunda premisa se había cumplido, si lo hubiesen detectado ni tan siquiera hubiera podido acceder al edificio con el encima, la segunda estaba por ver. Su antigüedad hacia que a diferencia de otros mas modernos el aparato en cuestión necesitara muchas horas, incluso días, para recoger y transmitir toda la información.
El presidente se levantó y yo me levanté con él y de nuevo, como hice en el aeropuerto, deje caer mi pelotita naranja del bolsillo que fue rodando hasta una peana de mármol blanco en el que reposaba un jarrón profusamente decorado del que brotaba una horrible planta exótica de un llamativo rojo intenso. Disculpándome recogí la pelota, y a la vez que la metía en el bolsillo saqué el transmisor. Con la mejor de mis falsas sonrisa admiré la belleza de la planta y acerque la mano para tocarla, “yo de usted no haría eso, es una planta carnívora modificada genéticamente y terriblemente feroz, podría arrancarle la mano”. Retiré mi mano fingiendo haberme asustado y dejando caer el transmisor sobre la tierra donde desapareció de la vista de inmediato.

Mientras nos despedíamos apretándonos la mano, inconscientemente mi mirada se desvió hacia la planta. Malinterpretando mi mirada el presidente me dijo sonriendo “no se lleve a engaños amigo mío, solo quiere atraerle para devorarle”, también sonriendo le contesté “sería muy inocente fiarse de las apariencias”