No pudo ocultar, tampoco parecía pretenderlo, ni por un
instante su decepción. Su trato empezó a ser menos amable y la constante
sonrisa se borró de su cara. Era normal, su perspectiva de gran negocio se
había esfumado. Vender unos pocos ciberbogs era una buena venta pero para eso no
me habría recibido el en persona. El debió pensar lo mismo y me preguntó “¿para
comprar unos ciberbogs te has desplazado hasta aquí?, tenemos disponible toda
la información en nuestros catálogos y comerciales senior que se desplazan a
todo el mundo, otros mundos incluidos”. La frase guardaba cierto tono de
esperanza de que todavía era posible un gran negocio y solo estábamos jugando
una partida de póker.
Era el momento. Le hablé de que aparte de algunos de los
ciberbogs que tenían en catálogo, de los que estaba sobradamente informado,
tenía un encargo especial que quería saber si podían satisfacerme. Su rostro
volvió a cambiar, curiosidad y créditos se reflejaban en sus ojos.
Le hable de que quería llenar el complejo de ciberbogs pero
no todos de seguridad. Quería que fueran asistentes personales durante el viaje
que se encargaran de todo durante el viaje, pero mucho mas que eso, que fueran
capaces de interpretar el estado de ánimo de las personas, aprender de sus
comportamientos y ofrecerles las posibilidades que mas encajaran con ellos. El
trabajo que haría un anfitrión pero con las ventajas de un ser robótico pero
para eso quería que los robots entendieran de sentimientos.
La cara volvió a cambiársele, como si la habitación se
hubiera llenado de fantasmas pero se recompuso de inmediato ante la perspectiva
de sumar una cantidad increíble de créditos a las cuentas de la corporación y a
las suyas propias. Me habló de que precisamente en esos momentos tenían una
línea de investigación abierta en ese sentido con indicadores muy prometedores
y que esperaban que pronto empezara a dar resultado. Siendo mi proyecto a largo
plazo y con una inversión comprometida por mi parte en caso de éxito
incrementarían los fondos para la investigación. Sin duda estaba mas que ilusionado
con la idea e intenté tirarle de la lengua para que me contara en que consistía
esa investigación, sin embargo se mostraba esquivo a dar detalles hasta que
finalmente me dijo que era completamente secreto, que no podía decirme mas y
que cuando tuvieran los primeros resultados concluyentes me invitarían a las
instalaciones para que fuera la primera persona en observarlos insitu.
Le pregunté qué influencia podía tener la muerte de la
doctora Roes en el desarrollo de la investigación. Su cara volvió a
transformarse, esta vez un atisbo de ira cruzo por ella pero se transformó de
inmediato en una sonrisa de autocomplacencia. “Nuestra investigación es
totalmente independiente de la doctora, esa vieja idealista hubiera intentado
frenar nuestro desarrollo, su muerte no ha podido llegar en mejor momento”.
Tras esta frase echó una risotada maliciosa que compartí gustoso añadiendo “hay
dos clases de personas, las que tienen ideales y las que tienen créditos y este
traje no se compra con ideales”. Ambos reímos juntos de nuevo.
El encuentro estaba a punto de finalizar y aunque de la
conversación había podido extraer algún indicio que reforzaba la teoría del
asesinato de la doctora, no había cumplido el objetivo de colocar en aquel
despacho un minúsculo transmisor espía electrocuántico. Tuve que recorrer
muchas tiendas de antigüedades tecnológicas hasta dar con él, muchas personas
las coleccionaban pero nadie pensaba en usarlas, empero el ciberbog afirmaba
que ese aparato en concreto era el único que nos permitiría expiar toda la
información que el presidente guardaría celosamente en sus archivos personales
y resistiría al barrido de seguridad de su oficina. La segunda premisa se había
cumplido, si lo hubiesen detectado ni tan siquiera hubiera podido acceder al
edificio con el encima, la segunda estaba por ver. Su antigüedad hacia que a
diferencia de otros mas modernos el aparato en cuestión necesitara muchas
horas, incluso días, para recoger y transmitir toda la información.
El presidente se levantó y yo me levanté con él y de nuevo,
como hice en el aeropuerto, deje caer mi pelotita naranja del bolsillo que fue
rodando hasta una peana de mármol blanco en el que reposaba un jarrón profusamente
decorado del que brotaba una horrible planta exótica de un llamativo rojo
intenso. Disculpándome recogí la pelota, y a la vez que la metía en el bolsillo
saqué el transmisor. Con la mejor de mis falsas sonrisa admiré la belleza de la
planta y acerque la mano para tocarla, “yo de usted no haría eso, es una planta
carnívora modificada genéticamente y terriblemente feroz, podría arrancarle la
mano”. Retiré mi mano fingiendo haberme asustado y dejando caer el transmisor
sobre la tierra donde desapareció de la vista de inmediato.
Mientras nos despedíamos apretándonos la mano, inconscientemente
mi mirada se desvió hacia la planta. Malinterpretando mi mirada el presidente
me dijo sonriendo “no se lleve a engaños amigo mío, solo quiere atraerle para
devorarle”, también sonriendo le contesté “sería muy inocente fiarse de las
apariencias”