Las oficinas que la Corporación tenía en aquella ciudad
estaban situadas en los pisos más altos del edifico mas emblemático de la
ciudad. Cierto es que con posterioridad se habían construido otros mucho mas
altos, mas modernos pero aquel era el edificio de referencia. Guarda la
historia ya centenaria de una ciudad que nació cuando cuando otras ya tenían
milenios de historia, pero llegó para quedarse y ser el centro económico
mundial del mundo. Lo seguía siendo. En contraste con otras ciudades sus anchas
aceras no estaban pavimentadas, se cubrían con una brea prácticamente negra.
Mas rápido, mas barato. Contrastaba sin embargo con el boato y la tremenda
inversión que había en sus edificios. Mucho dinero había en aquella ciudad pero
era patrimonio de unos pocos, todo lo público estaba hecho un desastre.
Decadencia de una ciudad en la que cada vez quedaba mas patente que los ricos y
los poderosos lo tenían todo y el resto tenían lo justo para poder sobrevivir.
Recordé al instante una cita de un viejo libro de los primeros años del siglo XX
"Una
dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, una cárcel sin
muros en la cual los prisioneros no soñarían en evadirse. Un sistema de
esclavitud donde, gracias al sistema de consumo y el entretenimiento, los
esclavos tendrían el amor de su servitud". Muchos
años han pasado desde que Huxley escribiera esta frase y sin embargo describía a
la perfección este mundo. Así vivíamos ahora, entretenidos y con posibilidades
de consumo y éramos totalmente serviles.
En una pequeña
tienda del centro había comprado un traje chaqueta negro, una camisa blanca y
una corbata también negra. Era la segunda vez en mi vida que usaba un traje y
la primera vez distaba mucho de ser un traje de calidad, este sin embargo me
sentaba como un guante. Es curioso como se había mantenido el tiempo la
asociación entre traje y poder, entre traje y la importancia de una persona y
lo que es peor y claramente casi al contrario entre el traje y la honestidad de
una persona. En mis años de vida siempre había visto que los que mas robaban,
los que mas desgracias causaban en el mundo iban vestidos de traje y sin
embargo las penas para sus delitos, si es que alguien conseguía condenarlos,
eran de risas comparadas con el simple hurto de alimentos de una madre que no
tenía créditos para dar de comer a sus hijos.
Me hice también
con un maletín negro y lo llené en parte con folios en blanco y en parte con
documentación que el Ciberbog me había proporcionado sobre la empresa. Pasé los
controles de seguridad sin problemas y me indicaron que me acercara a uno de
los ascensores privados para subir hasta la última planta. En el ascensor había
un empleado de la compañía con un uniforme rojo de botones y cadenas dorados, un sobrero tipo gorra a
juego y guantes blancos. Su trabajo consistía en darme los buenos días y pulsar
el botón del piso correspondiente para que mis manos de hombre de negocios no
tuvieran que molestarse en hacerlo y despedirme a la salida. Durante el
trayecto ascendente le pregunté que qué tal se encontraba, a lo que me respondió
amablemente que no le estaba permitido hablar con los viajeros. La subida
terminó en un instante pero me indignó el trato que recibía aquella persona.
Me acerqué a la
recepción de la planta y mostré mis credenciales. De inmediato me ofrecieron
todo tipo de refrigerios, cogieron mi maletín y me guiaron por una intricada
red de pasillos hasta llevarme frente a las inmensas puertas de caoba del despacho
del presidente de la Corporación quien me esperaba con una amplia sonrisa y la
mano extendida bajo el quicio de la puerta.
El Ciberbog,
como siempre, había hecho un trabajo magnífico.