jueves, 14 de julio de 2016

Casicuentos para Rita: Ciberbog XXXV Impostura

Las oficinas que la Corporación tenía en aquella ciudad estaban situadas en los pisos más altos del edifico mas emblemático de la ciudad. Cierto es que con posterioridad se habían construido otros mucho mas altos, mas modernos pero aquel era el edificio de referencia. Guarda la historia ya centenaria de una ciudad que nació cuando cuando otras ya tenían milenios de historia, pero llegó para quedarse y ser el centro económico mundial del mundo. Lo seguía siendo. En contraste con otras ciudades sus anchas aceras no estaban pavimentadas, se cubrían con una brea prácticamente negra. Mas rápido, mas barato. Contrastaba sin embargo con el boato y la tremenda inversión que había en sus edificios. Mucho dinero había en aquella ciudad pero era patrimonio de unos pocos, todo lo público estaba hecho un desastre. Decadencia de una ciudad en la que cada vez quedaba mas patente que los ricos y los poderosos lo tenían todo y el resto tenían lo justo para poder sobrevivir. Recordé al instante una cita de un viejo libro de los primeros años del siglo XX "Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, una cárcel sin muros en la cual los prisioneros no soñarían en evadirse. Un sistema de esclavitud donde, gracias al sistema de consumo y el entretenimiento, los esclavos tendrían el amor de su servitud". Muchos años han pasado desde que Huxley escribiera esta frase y sin embargo describía a la perfección este mundo. Así vivíamos ahora, entretenidos y con posibilidades de consumo y éramos totalmente serviles.
En una pequeña tienda del centro había comprado un traje chaqueta negro, una camisa blanca y una corbata también negra. Era la segunda vez en mi vida que usaba un traje y la primera vez distaba mucho de ser un traje de calidad, este sin embargo me sentaba como un guante. Es curioso como se había mantenido el tiempo la asociación entre traje y poder, entre traje y la importancia de una persona y lo que es peor y claramente casi al contrario entre el traje y la honestidad de una persona. En mis años de vida siempre había visto que los que mas robaban, los que mas desgracias causaban en el mundo iban vestidos de traje y sin embargo las penas para sus delitos, si es que alguien conseguía condenarlos, eran de risas comparadas con el simple hurto de alimentos de una madre que no tenía créditos para dar de comer a sus hijos.
Me hice también con un maletín negro y lo llené en parte con folios en blanco y en parte con documentación que el Ciberbog me había proporcionado sobre la empresa. Pasé los controles de seguridad sin problemas y me indicaron que me acercara a uno de los ascensores privados para subir hasta la última planta. En el ascensor había un empleado de la compañía con un uniforme rojo de botones  y cadenas dorados, un sobrero tipo gorra a juego y guantes blancos. Su trabajo consistía en darme los buenos días y pulsar el botón del piso correspondiente para que mis manos de hombre de negocios no tuvieran que molestarse en hacerlo y despedirme a la salida. Durante el trayecto ascendente le pregunté que qué tal se encontraba, a lo que me respondió amablemente que no le estaba permitido hablar con los viajeros. La subida terminó en un instante pero me indignó el trato que recibía aquella persona.
Me acerqué a la recepción de la planta y mostré mis credenciales. De inmediato me ofrecieron todo tipo de refrigerios, cogieron mi maletín y me guiaron por una intricada red de pasillos hasta llevarme frente a las inmensas puertas de caoba del despacho del presidente de la Corporación quien me esperaba con una amplia sonrisa y la mano extendida bajo el quicio de la puerta.

El Ciberbog, como siempre, había hecho un trabajo magnífico.