viernes, 29 de abril de 2016

Casi cuentos para Rita: Ciberbog III - Confesiones

Me levanté agitado y me senté en la mínima mesa que hacía de comedor. Pulsé el botón correspondiente e inmediatamente surgió del centro de la mesa una ración de desayuno. Retiré el complástico y lo deposité en la tierra de una planta que languidecía junto a una ventana por la que nunca entraba el sol. Me quedé observando como el complástico se descomponía mientras rumiaba la barrita energética.
Sin saber muy bien hacia donde encaminar mis pasos en aquella ciudad desconocida, cogí mi vid de comunicaciones y me encontré el mensaje del Ciberbog. Me citaba en un punto muy concreto de las instalaciones y me enviaba toda serie de indicaciones y mapas para llegar. No lo dudé ni un instante, acudiría, aquel extraño comportamiento del Ciberbog despertaba mi curiosidad y, para que negarlo, me sentía ligado a él por lo que ambos sentíamos. Toda vez que la hora propuesta era el mediodía y tenía tiempo de sobra, decidí prescindir del Tubo y acudir andando a la cita.
La ciudad era un compendio de razas y culturas y mezclaba edificios clásicos decimonónicos con los ultramodernas e inmensas construcciones de cristal y aleaciones mixtas de metal y plásticos. Mis manos tocaban los ladrillos, guardaban en su interior la historia de la ciudad, estaban impregnados también del aroma de ella. Ese aroma que me trajo aquí, ese aroma que ahora encaminaba mis pasos hacia las instalaciones que protegía el Ciberbog.
No me resultó difícil encontrar el punto en concreto y llegué minutos antes de la hora. Allí no había nada de interés, no pasaba ni pasaría nadie, el silencio era completo si exceptuamos el apenas inaudible silbido de las torres de ventilación de las plantas soterradas. A la hora en punto apareció el Ciberbog. De inmediato me fije que su enorme mano izquierda estaba cerrada, me asustó al principió que aquella mano fuera un puño y quisiera usarlo contra mi pero enseguida me di cuenta que simplemente guardaba algo en su interior.
Se acercó con silenciosa parsimonia y se acluquilló para hablar conmigo, aun así debido a su tremendo tamaño su cabeza quedaba mas de un metro por encima de la mía. Me preguntó por mi historia, no por la mía exactamente si no por la parte de mi historia en la que había estado unido a ella, me interrumpía constantemente pero con delicadeza para preguntar detalles, especialmente los relacionados con como era ella, con su forma de ser, con todo lo que tenía de especial. Yo hablaba sin parar, no fui consciente de ello hasta aquel momento, pero necesitaba hablar, necesitaba contar mi historia, necesitaba que unos oídos que pudieran entender lo que sentía me escucharan. Pasaron largas horas y la historia fue llegando a su final. Aunque la esperaba, su última frase me resultó desconcertante “Yo también la quiero”.
Me acompañó hasta la salida de las instalaciones,  el Ciberbog caminaba a lentos pasos porque cada uno de los suyos eran cinco míos.
Al despedirse abrió su mano izquierda y me ofreció lo que en ella atesoraba. Era el pañuelo de seda que le regalé a ella en unas navidades que quedaban ya demasiado lejos. Se lo hubiera arrancado de las manos pero sin embargo le dije que lo conservara como recuerdo, de ella y de mi. Le dije también que volvería para escuchar su historia.
De vuelta al apartamento, bien entrada la madrugada, rebusqué en el fondo de mi bolsillo y saqué aquella la pelotita naranja que me regaló un día y jugué con ella entre mis manos hasta que llegó la luz del día.