Odiado, despreciado,
abandonado, solo en una historia que hace tiempo dejó de escribirse y de la que
el mundo nunca supo. Un gran engaño que siempre me traerá tristeza pero del que
nunca estaré arrepentido. La verdad es pura, cristalina como el agua de un
manantial de montaña que fluye entre los ocres y los rojizos colores de un
otoño soleado. Pura pero triste. Perdió la alegría que tenía aquellos días en
que todo era verdor de primavera, perdió el calor de un verano azul junto un
mar de brisas refrescantes, perdió el sentimiento del paisaje de un otoño
lluvioso lleno de vida y perdió también la luz de un invierno frio que repartía
abrazos vestidos de blanco.
Murió en primavera y
fue enterrado en verano para dejarme solo, abandonado, despreciado, odiado.
Castigo merecido para el viajero que se pierde en los paisajes y no puede
contemplar su belleza porque se fija tan solo en los detalles que ensombrecen
las vistas. A veces los árboles no dejan ver el bosque y sentimos la vida que
fluye en ellos, y nos desborda, nos ciega, nos transforma en seres pequeñitos
ante un mundo de vidas milenarias que estaban ahí antes de que naciéramos, que
estarán ahí tras nuestra muerte.
A la luz de una nueva
primavera la verdad es tan solo nostalgia, la verdad es un recuerdo, un
recuerdo por el que seré siempre odiado y despreciado, un recuerdo que me dejó
abandonado, un recuerdo que sigo escribiendo en soledad porque no quiero que
muera. Y cobrará vida en las lágrimas de unos ojos que lo lean, cobrara vida en
los corazones que lo sientan, cobrará vida en las sonrisas amargas de unos
labios pronunciando las palabras. Cobrará vida cada vez que esto suceda aunque
no es está vida, no es la mía, para mi vida quedó el odio, para mi vida dejó el
desprecio, mi vida sufrió el abandono y solo como estoy escribo esta historia
de un gran engaño que esconde la mas la verdad mas pura, la verdad mas cristalina, un agua que fluye de un manantial entre los ocres y rojizos de esta primavera.