martes, 12 de abril de 2016

Una primavera que ya no es verde,
que se tiñe de los rojizos y los ocres
de un otoño donde se detuvo el tiempo,
sin dejar de surcar mi cuerpo con arrugas,
sin dejar de vestir mi pelo de blanco,
pero muerto para todo lo demás.
Luce el sol de la nostalgia con su tenue luz,
una luz fría y lejana pero intensa,
ciega mis ojos, ciega mi mente
y solo veo el caer de las hojas amarillas
para cubrir el suelo con su bello manto,
para renovar la vida, para renovar los sueños,
pero ni la vida ni los sueños llegan.
Se acorta el tiempo para las estrellas,
para imaginar mundos que nunca veremos,
para sentarse frente el fuego
y perder la mirada en las volutas de las llamas
con los pies fríos y el corazón ardiendo.
Cae otra hoja de otoño en esta primavera,
caminando sin rumbo por senderos amarillos,
que no conducen a la ciudad esmeralda
donde todos los deseos son posibles,
que me llevan a un destino incierto
un destino separado del azul mar,
un destino separado del cielo,
del sol, de la luna, de las estrellas,
de las nubes, de las lluvias y de las tormentas
un destino que cambió con un beso y una palabra
en dos espléndidas tardes de verano,