jueves, 21 de abril de 2016

Estimadas y estimados lectores, que con vuestras lecturas y visitas tanta alegría me dais -para vosotras y vosotros siempre tendré palabras de agradecimiento-, como en otras ocasiones os comunico que estaré unos días ausente y que si insistís en la locura de seguir visitándome no encontraréis historias nuevas en unos días. No es por dar envidia, que también, pero me tomo unos días de asueto para visitar una capital europea que me trae muchos recuerdos y que sin embargo jamás he visitado, siendo los recuerdos en parte prestados y en parte de otra índole que no viene al caso. Así que mientras ustedes trabajan yo estaré de turismo; pero no me odien por ello que la estancia no se alargara demasiado y pronto estaré como humilde trabajador que soy partiéndome el espinazo por un salario que esporádicamente me permite dispendios como el que voy a realizar en estos días. Bien es cierto que el trabajo me da otras satisfacciones no monetarias pero por contra también me da disgustos.
Y dicho esto y entendiendo que puedan ustedes estar pensando en lo capullo que soy u otros epítetos igual de insultantes que de atinados me voy a ir despidiendo no sin antes dejarles un microcuento. De nuevo mi agradecimiento y un saludo afectuoso.

Se encontró, como en otras ocasiones en el pasado,  en una ciudad desconocida, rodeado de personas que le eran extrañas y una forma de vida que le costaba llegar a entender. Comió una onza de chocolate que le resultó amargo, demasiado porcentaje de cacao para su obsesivo gusto por el dulce. Aquella era su ciudad y nada había cambiado, el que había cambiado era él. El chocolate estaba delicioso y ya nunca querría comer otro diferente.

Sean ustedes felices, todos nos merecemos serlo.