Estimadas y estimados lectores, que con vuestras lecturas y visitas tanta alegría me dais -para vosotras y
vosotros siempre tendré palabras de agradecimiento-, como en otras ocasiones os
comunico que estaré unos días ausente y que si insistís en la locura de seguir visitándome
no encontraréis historias nuevas en unos días. No es por dar envidia, que
también, pero me tomo unos días de asueto para visitar una capital europea que
me trae muchos recuerdos y que sin embargo jamás he visitado, siendo los recuerdos
en parte prestados y en parte de otra índole que no viene al caso. Así que
mientras ustedes trabajan yo estaré de turismo; pero no me odien por ello que
la estancia no se alargara demasiado y pronto estaré como humilde trabajador
que soy partiéndome el espinazo por un salario que esporádicamente me permite
dispendios como el que voy a realizar en estos días. Bien es cierto que el
trabajo me da otras satisfacciones no monetarias pero por contra también me da
disgustos.
Y dicho esto y entendiendo que
puedan ustedes estar pensando en lo capullo que soy u otros epítetos igual de
insultantes que de atinados me voy a ir despidiendo no sin antes dejarles un
microcuento. De nuevo mi agradecimiento y un saludo afectuoso.
Se encontró, como en otras ocasiones en el pasado, en una ciudad desconocida, rodeado de personas
que le eran extrañas y una forma de vida que le costaba llegar a entender.
Comió una onza de chocolate que le resultó amargo, demasiado porcentaje de
cacao para su obsesivo gusto por el dulce. Aquella era su ciudad y nada había
cambiado, el que había cambiado era él. El chocolate estaba delicioso y ya
nunca querría comer otro diferente.
Sean ustedes felices, todos nos
merecemos serlo.