Todo parecía normal en aquella colonia, jamás había estado en
ninguna ni tampoco tenía demasiadas referencias pero todo lo que veía me
parecía normal. La gente tenía sus trabajos, fundamentalmente relacionados con
la terraformación pero también con todos los servicios auxiliares necesarios
para mantener viva la colonia. Cuando no estaban trabajando la gente disfrutaba
de su tiempo libre en los diferentes espacios destinados para el ocio. Era muy
agradable poder sentarse en cualquier sitio y conversar con cualquiera, todo el
mundo parecía ser amable en Driro. Como habitante nuevo que era preguntaba a
unos y a otras sobre la vida allí, sobre lo que le había llevado allí y cuando
lo estimaba prudentemente oportuno preguntaba sobre aquel polo que no se podía
contemplar desde el puerto orbital. Las respuestas eran siempre parecidas, la
vida era muy agradable, diversas historias, la mayoría de ellas tristes, de que
nada les ligaba con la tierra y que en aquel polo no había nada, simplemente
kilómetros y kilómetros de aquel hongo gris. Nunca pregunté sobre el metsal,
pero estaba seguro que aquel polo escondía el secreto de la necesidad de tanto
metsal.
Al anochecer del segundo día de los tres que tenía libres
coincidí con una mujer en uno de los preciosos parques botánicos de la colonia.
Sería mas o menos de mi edad, mas bien pequeña si tomaba como referencia mi
propia altura, melena castaño claro y ojos del mismo color que perdían su
mirada en el infinito, mas allá de los árboles jóvenes que tenía delante. A
diferencia de cualquiera de los otros habitantes ni mi saludo y sentándome a su
lado la saqué de su ensimismamiento con un simple hola. Su sonrisa lo iluminó
todo, la colonia, el mundo, el universo cambió en un segundo para mi. No tuve
con ella la habitual conversación indagativa, nos limitamos a hablar y hablar
sobre montones de cosas y sobre todo a reírnos. Era esquiva pero amable,
desconfiada pero inocente. Me vino a la cabeza Reng, me recordaba a ella en
algunas cosas pero aquella mujer de nombre Varhost era única, especial, el ser
mas maravilloso que había visto nunca. Tarde en volver a verla y el destino
quiso que no estuviera mucho a su lado pero a día de hoy es lo mas maravilloso
que me ha pasado, lo mas maravilloso que me pasará nunca.
La incorporación a mi trabajo fue de lo mas normal. Mi
trabajo en la estiba era bastante solitario colgando siempre de una grúa pero
los agradables momentos de descanso me permitieron conocer personas increíbles
con las que ir trabando una amistad. Desde el primer día me acogieron bien y me
invitaron a las actividades que hacían después del trabajo, hombres y mujeres
buenas como extrañamente eran todas y todos en Driro. En Driro nadie llamaba
así al planeta, todos se referían a él como Ny Verden. Había encontrado mi
lugar, era feliz y hasta empecé a olvidar el metsal y el polo. Mi sueño ya no
era cambiar el mundo, no era evitar una guerra –si es que tal cosa no era
producto de mi imaginación-, mi sueño era vivir allí, mi sueño era volver a
encontrarme con Varhost.