jueves, 1 de junio de 2017

CCPR- Hoper XXXVII: Cambio de sueños

Todo parecía normal en aquella colonia, jamás había estado en ninguna ni tampoco tenía demasiadas referencias pero todo lo que veía me parecía normal. La gente tenía sus trabajos, fundamentalmente relacionados con la terraformación pero también con todos los servicios auxiliares necesarios para mantener viva la colonia. Cuando no estaban trabajando la gente disfrutaba de su tiempo libre en los diferentes espacios destinados para el ocio. Era muy agradable poder sentarse en cualquier sitio y conversar con cualquiera, todo el mundo parecía ser amable en Driro. Como habitante nuevo que era preguntaba a unos y a otras sobre la vida allí, sobre lo que le había llevado allí y cuando lo estimaba prudentemente oportuno preguntaba sobre aquel polo que no se podía contemplar desde el puerto orbital. Las respuestas eran siempre parecidas, la vida era muy agradable, diversas historias, la mayoría de ellas tristes, de que nada les ligaba con la tierra y que en aquel polo no había nada, simplemente kilómetros y kilómetros de aquel hongo gris. Nunca pregunté sobre el metsal, pero estaba seguro que aquel polo escondía el secreto de la necesidad de tanto metsal.
Al anochecer del segundo día de los tres que tenía libres coincidí con una mujer en uno de los preciosos parques botánicos de la colonia. Sería mas o menos de mi edad, mas bien pequeña si tomaba como referencia mi propia altura, melena castaño claro y ojos del mismo color que perdían su mirada en el infinito, mas allá de los árboles jóvenes que tenía delante. A diferencia de cualquiera de los otros habitantes ni mi saludo y sentándome a su lado la saqué de su ensimismamiento con un simple hola. Su sonrisa lo iluminó todo, la colonia, el mundo, el universo cambió en un segundo para mi. No tuve con ella la habitual conversación indagativa, nos limitamos a hablar y hablar sobre montones de cosas y sobre todo a reírnos. Era esquiva pero amable, desconfiada pero inocente. Me vino a la cabeza Reng, me recordaba a ella en algunas cosas pero aquella mujer de nombre Varhost era única, especial, el ser mas maravilloso que había visto nunca. Tarde en volver a verla y el destino quiso que no estuviera mucho a su lado pero a día de hoy es lo mas maravilloso que me ha pasado, lo mas maravilloso que me pasará nunca.

La incorporación a mi trabajo fue de lo mas normal. Mi trabajo en la estiba era bastante solitario colgando siempre de una grúa pero los agradables momentos de descanso me permitieron conocer personas increíbles con las que ir trabando una amistad. Desde el primer día me acogieron bien y me invitaron a las actividades que hacían después del trabajo, hombres y mujeres buenas como extrañamente eran todas y todos en Driro. En Driro nadie llamaba así al planeta, todos se referían a él como Ny Verden. Había encontrado mi lugar, era feliz y hasta empecé a olvidar el metsal y el polo. Mi sueño ya no era cambiar el mundo, no era evitar una guerra –si es que tal cosa no era producto de mi imaginación-, mi sueño era vivir allí, mi sueño era volver a encontrarme con Varhost.