miércoles, 7 de junio de 2017

Hundido en las profundidades,
en un lecho de arena y roca,
donde solo algunos peces
pueden contemplar su belleza
yace para siempre un barco.
Poco tiempo surco los mares,
muchas olas le pasaron por encima,
golpeando su casco, su cubierta,
no hubo marejada ni mar de fondo
que pudiera con él,
un único destino en su popa
y sin embargo un rumbo incierto.
Cada golpe de mar era una herida,
que escocía con la sal del agua,
pronto su casco fue una llaga,
que el mismo mar curaba
con los besos que le daba cada día.
Días tranquilos de paz y calma,
el mar como un plato,
sol, calor y luz, el lugar mas bello,
pocos fueron,  no los cambiaría por nada.
Nada podía hundirlo, nada,
feliz, orgulloso y sonriente
a pesar de la carga que llevaba.
Pero se hundió, se hundió
porque el mar dejó de sustentarlo,
porque las aguas se hicieron aire
y le dejaron caer al suelo,
duro golpe, mas dura fue la caída
pensando que esa aguas
volverían a impulsarlo hacia arriba,
deseando cada día que fuera diferente,
poco a poco cayó hasta llegar al fondo.
De él solo queda el esqueleto,
rememorando lo que fue y lo que no,
oxidado, comido por las aguas y el tiempo,
solitario en el fondo de un mar
demasiado  frio, demasiado profundo,
sabiendo que jamás volverá a flotar,
sabiendo que del barco solo es recuerdo,
pero soñando siempre
que su quilla vuelve a surcar el mar,
que el aire, el sol y la lluvia vuelven a acariciarlo,
que cada vez está mas cerca del destino.
Triste soñador que no sabe
que su único destinos es la muerte.