martes, 11 de abril de 2017

Hay un abismo,
un abismo que asusta, que da vértigo.
Como saltar de un avión a diez mil metros,
como dejarse caer a un acantilado que mira al mar,
como hacer puenting en un valle profundo
que une dos verdes montañas cercanas.
Hay un abismo, un profundo abismo
al que todos hemos creído caer en alguna ocasión,
un abismo que nadie se espera,
y precisamente por eso,
porque es inesperado, asusta,
porque nos lo encontramos por sorpresa asusta.
Si lo anticipamos, si lo vemos venir
no tenemos problemas
para enfrentarnos a él,
lo desconocido asusta,
lo que no controlamos asusta,
asusta más por lo que imaginamos
que por lo que en realidad sucede.
Hay un abismo, un profundo abismo,
de tres o cuatro centímetros,
un abismo que aun siendo pequeño
supone una gran diferencia
entre lo que preveíamos
y lo que termina sucediendo.
Y ese abismo, ese terrible abismo,
es el hueco que queda
cuando el asiento del baterestá levantado
y no nos hemos damos cuenta,
e inconscientes nos vamos a sentar
como si estuviera en su sitio,
en su posición, en el lugar que esperamos.
¿A quién no le ha pasado?
Un susto que se pasa enseguida,
como se pasan muchos miedos en la vida,
creemos que será peor y luego no es nada,
un incidente que ni tan siquiera recordamos
aunque el miedo nos tuviera paralizados.
Y es que sufrimos mas por lo que prevemos
que por lo que finalmente termina sucediendo.

Nota: un poco de humor y un poco de pensamiento, que se acercan unas largas vacaciones. Ayer me fui a sentar en el bater y estaba el asiento levantado, ¡que susto! pero luego te das cuenta que las cosas no son para tanto