Las puertas quedaron
abiertas, aquel lugar no se cerraría nunca pero ya nadie pasearía por sus
jardines. Solitarios, la vegetación, la vida, lo lleno todo cerrando los
caminos. Marchitaron las flores y no volvieron a nacer, no había espacio entre
las zarzas que lo devoraron todo. Hacer camino de nuevo un sueño, un deseo que
permanecía como una utopía imposible. La lluvia, la lluvia limpiaba cada día
las hojas de los árboles, testigos de un feliz pasado, de un triste presente,
lo serán también de un futuro sin futuro. Enraizados, fuertes, altivos, como si
nada de lo que sucediera a su alrededor les afectara, sin sentimientos pero con
vida. Savias amargas. ¿Y la luz? Siempre entre nieblas mortecinas, siempre
apagada, tenue, fría. Lejos queda el calor de los soles que fueron. Lejos queda
esa luz que cegaba, que lo inundaba todo. Lejos queda. Y los pájaros pían
anunciando un nuevo amanecer que nadie quiere que llegué porque el tiempo se
aleja cada vez mas del pasado esplendoroso de aquel jardín donde ya nadie
entra, de aquel lugar cuyas puertas quedaron abiertas para siempre.