jueves, 15 de diciembre de 2016

Los colores que pintaron mi noche
se han ido difuminado con el tiempo.
Ahora el cielo es negro y sin estrellas,
sin luna, sin luz, sin nada.
Ahora ya no tiene sentido mirar al cielo,
los colores se han perdido para siempre.
Recuerdo noches durmiendo al raso,
con los ojos abiertos sin saber que miraba,
pensando que la tierra sobre la que me acostaba
tan solo era un pequeño punto en la galaxia,
un átomo en aquel universo inacabable,
y yo un minúsculo ser sobre la tierra,
insignificante, prescindible, sin sentido.
Pero el color llegó,
y no eran luces blancas de estrellas lejanas,
vinieron los rojos, los azules, los violetas,
los marrones, amarillos, naranjas, verdes,
rosas… vinieron todos los colores
y yo era algo, era alguien, tenía sentido.
Y el negro, cuando existía, era intenso
y el blanco era puro como lo era mi inocencia.
Pero se desvanecieron, como se desvanece la vida,
dejándome solo, vacío,
y en aquel cielo que miraba con los ojos abiertos como platos,
con la ilusión de un niño que está descubriendo la vida,
en aquel cielo ya no hay nada,
ya no hay color,
ya no hay estrellas,
ya no hay luna,
ya no hay luz,
ya no hay nada.