lunes, 5 de diciembre de 2016

CCPR- Hoper XII: Putnik

Frelser se agachó, cada vez le costaba mas hacerlo, la edad y esa tripa, por debajo de la cual se situaba el cinturón de donde colgaba la pistola de plasma, cada vez le ponían mas dificultades. Apartó al gatito con mimo, aunque este volvió de inmediato para seguir arañando la puerta, y mientras lo acariciaba con una mano y miraba con atención aquella parte del contenedor, palpaba con la otra lo que parecían ser fisuras. No tardó en darse cuenta de que aquellas fisuras definían un cuadrado y de inmediato pensó que podía ser una portezuela oculta que guardaba un compartimento secreto en el contenedor. Nunca había visto nada así con anterioridad pero si había oído hablar de este tipo de compartimentos en otros contenedores para el tráfico ilegal de algunos productos. ¿Qué habría dentro? Aquel olor nauseabundo le hacía inclinarse son duda por productos perecederos, pero aquel contenedor venía cargado de metsal del planeta prisión, allí no había nada mas que el mineral y presos condenados a reclusión pero destinados a morir allí. Y de inmediato una conexión llegó a su cerebro ¿hubiera podido intentar algún preso escapar escondido ahí de la prisión? La muerte estaba prácticamente asegurada. Ambas cosas explicarían el olor que provenía del contenedor y de paso el interés del gatito que había dejado de arañar y ronroneaba ahora con las caricias que Frelser le estaba haciendo.
Levantó al gato con ambas manos y se lo puso sobre el hombro y el pecho para acariciarlo mientras miraba sin saber qué hacer a la portezuela. Aquel gato era lo único que tenía, la única mujer que había amado de verdad en su vida le había dejado hace muchos años y con todos los traslados dentro de la corporación no había afianzado ninguna amistad a lo largo de los años y ahora que estaba envejeciendo se sentía solo. El gatito apareció un día por el almacén, apenas tenía unos días de vida y estaba muy enfermo, Frelser lo cuidó lo mejor que supo y lo alimentó y ahora que estaba casi curado se había convertido en la compañía mas grata que podía tener. Se preguntaba muchas veces de dónde habría salido, en aquellas instalaciones de alta seguridad no podía entrar y salir nada sin estar controlado, ni mercancías, ni humanos ni mucho menos animales. Pero allí estaba para hacerle compañía. Pensó que ni tan siquiera le había puesto un nombre y por alguna razón en aquel mismo momento decidió llamarle Putnik, viajero en alguna antigua lengua de la tierra, igual que su  propio nombre significaba salvador. 

Dejó a Putnik en el suelo, se agachó de nuevo y volvió a examinar la puerta. Empujó pero no se abrió, cargó todo el peso de su cuerpo sobre ella pero tampoco cedió, finalmente se levantó y empezó a darle patadas pero la puerta no se movía, tal vez no fuera una puerta. Tanteó y presionó con las manos por zonas y encontró algunas que ofrecían una menor resistencia. Parecía que el mecanismo de apertura y cierre, tal vez unas antiguas bisagras, se asentaban en la parte derecha, a la izquierda, arriba y abajo encontró lo que podían ser las cerraduras. Con paso ligero volvió a la garita donde tenía una caja de herramientas, saco de ella una cortadora de plasma de baja intensidad y volvió al contenedor siempre acompañado de Putnik que se le metía una y otra vez entre las piernas impidiéndole caminar con normalidad. Aplicó el plasma a las zonas donde creía que podían estar las cerraduras y de paso a toda la parte izquierda, superior e inferior, el metal se derretía al rojo vivo como la mantequilla. Una vez se hubo enfriado empujó con un dedo y la puerta se abrió suavemente deslizándose sobre las bisagras. El olor se hizo prácticamente inaguantable. Iluminó dentro con su linterna y pudo ver un cuerpo envuelto en lo que debió ser un traje blanco de protección de algún tipo pero que ahora estaba prácticamente negro. Protegiendo su boca y su nariz con un antiguo pañuelo de seda, recuerdo de la única mujer que había amado, entró de rodillas en el contenedor. Le quitó un casco lleno de vomito a aquel cuerpo inerte y llevándole la mano al cuello comprobó que aunque muy débil y espaciadamente su carótida palpitaba.