Pasó el escáner de control por el antebrazo izquierdo de
aquel cuerpo moribundo para leer el chip de identificación. A Frelser le
parecía un auténtico despropósito que cualquier miembro de seguridad contará con
ese dispositivo lector pero desde hacía siglos incluso la seguridad pública
estaba en manos privadas y esas manos privadas habían aprovechado para extender
esas medidas de control a todos sus agentes pero así era y ahora el mismo lo
estaba usando. En el lector apareció de inmediato el historial de Hoper, mas
allá de sus datos de filiación, estudios y el poquito del historial de un
persona joven destacaba parpadeante su condición de preso. Frelser leyó con
atención su historial delictivo, 16 años de condena por participar en un
altercado que tuvo como consecuencia la destrucción de un carguero orbital en
el que no hubo ningún herido. Su reclusión era en el planeta-prisión y su
historial de preso hablaba siempre de comportamiento ejemplar.
Era injusto, aquella condena era injusta, y todo porque
estaba enmarcada en una acción violenta con tintes políticos, pero cuando ese
chico la cometió apenas era un niño, un adolescente. Cuanto habría tenido que
sufrir para decidir escapar y Frelser entendía que lo hubiera hecho porque en
el planeta-prisión estaba abocado a la muerte. Siempre había creído en la
justicia, siempre había sido un defensor a ultranza de las leyes pero con los
años se había ido dado cuenta de que la ley estaba diseñada por y para los
poderosos. Sus delitos mas habituales no estaban penados o sus condenas eran
irrisorias mientras que sobre los delitos que amenazaban su status-quo caía
todo el peso de la ley.
Aquel hombre que ahora yacía en el contenedor había perdido
gran parte de su juventud y a había estado a punto de perder la vida,
seguramente sin llegar a ser consciente de lo que estaba haciendo, mas por un
impulso adolescente que por una convicción del uso de los métodos violentos
como lucha antisistema. Llegó siendo prácticamente un niño al planeta prisión y
ahora, después del insoportable viaje, parecía un anciano.
Frelser estaba ante una disyuntiva, ayudarle a consumar su
fuga o avisar a las autoridades para que volvieran a detenerle. La segunda
opción era muy sencilla pero a ojos de Frelser despiadada, la primera era
terriblemente complicada, sacarle de allí sin que nadie se enterara era
prácticamente imposible y el estado de salud en el que se encontraba Hoper lo
complicaba aún mas. En el fondo del rebelde corazón de Frelser anidaba el sentimiento
de querer ayudarle a escapar pero había muchas posibilidades de que muriera,
sin embargo si avisaba a las autoridades contaría con los medios sanitarios
para que se recuperara pero sin duda volvería a prisión a morir allí. Ojalá
Hoper estuviera al menos semiconsciente para poder preguntarle cúal era su
deseo. Pero Hoper ya había decido, había afrontado un viaje en el que la muerte
era el destino mas probable. Frelser lo comprendió de inmediato y no tuvo que
pensar mas, intentaría ayudarle, tenía una horas de trabajo por delante para
intentar pensar cómo lo hacía. Se sentó en el angosto habitáculo del contenedor
y Putnik saltó sobre sus brazos. Mientras le acariciaba pensaba en la manera de
ocultarle mientras se recuperaba y cómo podía hacer para que Hoper recuperara
minimamente su salud. La prioridad sin duda era que volviera a la conciencia,
corrió al botiquín y volvió con una jeringuilla de adrenalina en la mano. La
preparación en primeros auxilios de su formación como vigilante le sirvió para
no dudar a la hora de suministrársela por vía intravenosa. En unos segundos los
ojos de Hoper se abrieron de par en par, vivía, volvía a la conciencia mejor
dicho, porque aquellos ojos verdes parecían muertos.