Y el rojo se volvió azul y las palabras grises. El mundo volvió
a ser el de siempre pero yo nunca volvería a ser el mismo. ¿Por qué? La
respuesta no es sencilla y en cierta manera ni tan siquiera la tengo. Creo que
tiene que ver con la lluvia, con esa lluvia que ha dejado de mojarme, con esa
lluvia que ya no me vacía para con el tiempo devolverme al mundo de los vivos.
Con la lluvia y con un mar que ya no me consuela. Un mar que sigue siendo
bello, intenso, indómito, profundo, frío… el mar tal y como lo la amaba hasta
que lo contemplé tantas veces en días de sol y sonrisas.
Un rostro amable vestido casi siempre con una sonrisa, una
capa de roca y hielo más adentro y un núcleo de magma hirviendo. Volcanes que
explotan en erupciones incontrolables llevándose por delante a cualquiera que
encuentran a su paso. Y unas manos que vuelven a plantar una
y otra vez los bosques arrasados, que intentan reconstruir todo lo que
destruyen, que intentan devolver la vida arando la tierra con las uñas. Pero
nunca es suficiente, las manos se destrozan y apenas consiguen nada. Un brote
verde que al día siguiente ha destruido un tormenta de granizo.
¿Y qué más da todo? Tal vez mañana no esté aquí para verlo.
Tal vez mañana esté detrás de la cara oculta de la luna jugando con los
selenitas a juegos espaciales inimaginables. ¿Y que más da mi presencia, la de
cualquiera en el mundo? La vía láctea y Andrómeda están destinadas a fusionarse
en un beso que se producirá dentro de varios eones pero son tan inmensas que
sus estrellas y sus planetas es más que probable que nunca lleguen a rozarse. Y en nuestro
tiempo, en el mío, ni tan siquiera llegaremos a percibir el movimiento de las
montañas. Tan pequeños somos, tan prescindibles y tan incapaces de tener
influencia. Y sin embargo las cosas existen en cuanto somos pero si no fuéramos
seguirían existiendo, existirán cuando ya no seamos.
Ni tan siquiera algo tan inmenso como el mar, algo tan
importante para la vida como la lluvia es trascendente en la vida del universo.
Una excepción finita que no altera nada. Pero hay excepciones que lo alteran
todo, nuestra comprensión del mundo y de la vida. Y así estoy yo, una
excepción, algo único e irrepetible, me ha transformado aunque el mundo, el universo, seguirán siendo los de siempre. El rojo se volvió azul y las palabras grises. Y del juego solo quedan las palabras.