El limón siendo ácido se veía a sí mismo amargo. Y por si
fuera poco aquel auto-concepto no le gustaba. Ni ácido, ni amargo, quería ser
una fruta dulce, una fruta que dejara en los demás un agradable regusto que hiciera que
las personas quisieran seguir probándolo, que quisieran repetir. No era dulce, no
lo era, por mucho que lo intentará nunca lo sería y esto lo llenaba de
tristeza.