lunes, 27 de junio de 2011

El tiempo arrastra las últimas lágrimas en una marea de sal desgarradora, el tiempo ha destruido los poderosos pilares, el tiempo prendió la llama que acabo por destruirlo todo.
Todo. Todo. Todo. Nada queda, nada permanece. Todo. Todo. Todo. Acabado, finiquitado para siempre, sin ninguna marca en la historia, sin representar nada para nadie. Sin huella en el mundo. Triste final.
Triste final. Humo. Humo con sabor a destrucción. Humo. En el humo aun se puede percibir su olor. Tal vez quede algo, tal vez la esperanza no ha muerto. Y sin embargo la lluvia de la vida apaga la esperanza. Apaga hasta el último rescoldo y el renacer del aroma se trunca en olor a tierra mojada.
Plantaremos la semilla. Tierra fértil. Volver a construir los sueños de la nada. ¿Se abrirá paso la vida o la tierra habrá quedado yerma para siempre? Mirando al espacio, queriendo llegar a las estrellas, tal vez pueda llegar a tocar la suela de un zapato.
Demasiado camino para recorrer en una vida. Las estrellas quedan demasiado lejos y el universo nunca se pliega a nuestros deseos. Y sin embargo…
Y sin embargo hay un brote de vida, y sin embargo hay un brote de esperanza, tal vez nunca crezca tanto para alcanzar las estrellas, tal vez nunca crezca tanto como para alcanzar el espacio y sin embargo ya ha comenzado el camino.
Nada queda, nada permanece. Otra vida, otro ser, no conserva el aroma pero tal vez, solo tal vez, comience a vivir en sus mismos sueños.