lunes, 15 de junio de 2015

Te he dicho demasiadas veces que te quiero,
que me encantas, que adoro como eres,
que tu sonrisa me hipnotiza,
que me pierdo en tus ojos,
que cada minuto contigo es un sueño
mejor que cualquier sueño,
que el mundo cambió cuando te conocí
para jamás volver a ser el mismo.
Demasiadas veces, pocas para lo que siento.

Pero nunca te he dicho que te deseo.
Que deseo cada centímetro de tu piel perfecta,
que tus labios me apasionan,
que quiero apartar el pelo de tu cara
y fundir los míos con los tuyos en un beso eterno,
encontrar en tu cuello el aroma de tu cuerpo,
pegarme a ti y abrazarte,
recorrer tus espalda con mis manos,
entrelazar tus piernas con las mías,
pasear con mi boca por tus pechos,
que mi nariz se deslice por tu vientre,
que mis manos se encuentren con tus nalgas,
que me quiero zambullir en tus caderas,
que tu cuerpo es un templo al que acudir todos lo días,
que tu sensualidad es un dios al que adorar siempre.
Nunca te he hablado de tu cintura y tus caderas sinuosas,
de cómo solamente con mirarte mi mente se vuelve lujuriosa,
de cómo tu cuerpo entero invade mi memoria,
de cómo deseo acariciarlo, morderlo con mis labios.
Nunca te he dicho que me excitas,
que tu belleza me desborda los sentidos,
que quiero sentir tu calor, tu humedad,
que quiero hacer de ti una selva tropical,
un paraíso donde poder perderme para siempre.
Nunca te he dicho que quiero sentir tus bellas manos,
que deseo el simple roce de sus dedos,
que quiero que tus labios me devoren,
que quiero que tu cuerpo me invada y posea.
Nunca te lo he dicho. Demasiado poco para lo que siento.

Tal vez demasiado tarde para seguir soñando.