miércoles, 17 de junio de 2015

Casi cuentos para Rita: de las bolas de cristal

            Muchos de vosotros y de vosotras ya habréis oído hablar de las bolas de cristal y ya sabréis que son una esfera de cristal más o menos del tamaño de un balón pequeño. Pero lo más importante no es el tamaño, ni la forma, ni de que material estén hechas. Lo más importante es que en ellas hay gente que dice que puede ver el futuro. Si os digo la verdad yo no creo que sea posible pero quién sabe, a veces suceden cosas que no comprendemos y nos resultan mágicas. Y si, ya sabéis que pienso que la magia existe de alguna manera extrañamente incomprensible.
            Un día un niño caminaba a casa de vuelta del cole y se encontró una de esas bolas de cristal. Como es normal la confundió con una canica gigante, la metió a la mochila y se la llevo para casa. ¡como pesaba esa mochila! No sabía como podría jugar con ella pero era muy bonita y le dio por imaginar que pudiera ser una canica de alguno de esos seres gigantes que aparecen en algunos cuentos. Por muy grande que sea uno ¿también pueden jugar no? que a veces nos creemos que los grandes no juegan y la verdad es que la vida sin juego es de lo mas aburrida seas del tamaño que seas.
            Llegó a casa sudando y con dolor de hombros, por lo menos la mochila había aguantado el peso. La sacó, la dio vueltas un par de veces y como no sabía muy bien que hacer con ella la dejó dentro del armario.
            Pasaron los días y ya se había olvidado de ella pero una noche que no podía dormir porque tenía frio, fue a buscar la chaqueta del pijama al armario y se encontró que había una pequeña luz purpura que brillaba dentro. Se asustó mucho y cerró la puerta de golpe, no sabía lo que era aquella luz y muchas veces lo desconocido nos asusta. Cuando se tranquilizo un poco pudo mas la curiosidad que el miedo. ¿Sabéis? La curiosidad es algo maravilloso porque nos hace descubrir miles de cosas que no conocemos, que no sabemos, que si no fuéramos curiosos y curiosas jamás descubriríamos.
            Abrió la puerta despacito y con sigilo. Sea lo que fuera no quería asustarle y mucho menos enfadarle. Miro por la rendijita que había abierto y volvió a ver aquella luz purpura. La estuvo observando un rato y como vio que no se movía abrió la puerta del todo y se acerco a ver lo que era. ¡Era la canica gigante! ¡Y tenía luz! ¡Y que bonita era! Acercó las manos con cuidado y la cogió. Seguía teniendo miedo pero no pasó nada al tocarla. Se la llevo a la cama y se quedó mirándola.
            De repente en aquella canica empezaron a aparecer imágenes. Era alguien que se parecía a él pero era un viejo, por lo menos tenía 40 años y estaba bailando. Estaba bailando junto al mar, en un lugar desconocido y bailaba bajo la lluvia. No estaba solo, junto a él bailaba una mujer también bastante vieja aunque parecía mas joven que él. No se oía la música pero bailaban sin parar.
            Las imágenes del baile desaparecieron y volvió a aparecer el viejo sentado en un muelle con cara triste. Bueno, triste igual no, tenía una de esas caras vacías del que no siente nada, que sin duda son las peores caras. Y miraba al mar, lo miraba como si no estuviera ahí y a la vez como si el mar fuera lo único que existía. Llovía, jarreaba, hacia viento y aunque él iba en manga corta parecía que hacía un frio de narices. Y de repente apareció ella. Esa si que era una sonrisa mágica. Y que guapa era. De verdad, era muy mayor pero muy guapa. Se acerco a él despacito y sin que se diera cuenta le tapó los ojos con las manos. Acercó su boca al oído del señor y le dijo algo. En sus labios se pudo leer ¿bailamos?. El sonrío, sonrió como seguramente no lo había hecho nunca, la felicidad le brotaba por los ojos y su cuerpo entero se erizó. Puso sus manos sobre las de ella para retirarlas de sus ojos y la miró, con esa profundidad que miraba al mar pero con la expresión de alguien que ha alcanzado la felicidad plena. Se levantó, se abrazaron y bailaron, bailaron, bailaron bajo la lluvia. Eran las mismas imágenes que salieron al principio pero seguían y seguían bailando, y mientras bailaban dejo de llover, y mientras bailaban el sol que empezaba a esconderse detrás de las montañas comenzó a brillar, incluso diría que había subido la temperatura. Y mojados, en aquel anochecer, en aquella preciosa puesta de sol bailaron, bailaron hasta que cayó la noche y solo la luz de la luna nueva les acompañaba.
            La canica se apagó. Desapareció también la luz purpura y el niño se quedo dormido sonriendo. Pasaron los años, montones de años, igual casi 40. Y muchas veces pensaba en lo que vio en aquella bola y aunque había ido mucho a un muelle que descubrió años mas tarde, nunca había sucedido nada. Tal vez no fuera aquel el muelle. Y aquel día de invierno, con aquellas lluvias torrenciales, con aquel frio insoportable que se metía hasta los huesos ya no esperaba nada, no recordaba nada, no pensaba nada, no sentía nada, ni tan siquiera sabía si estaba vivo o todo era un sueño, un producto de su imaginación, una sensación provocada por su mente. Solo miraba al mar.

            Y mirando al mar sintió sus manos.