Muchos
de vosotros y de vosotras ya habréis oído hablar de las bolas de cristal y ya
sabréis que son una esfera de cristal más o menos del tamaño de un balón
pequeño. Pero lo más importante no es el tamaño, ni la forma, ni de que
material estén hechas. Lo más importante es que en ellas hay gente que dice que
puede ver el futuro. Si os digo la verdad yo no creo que sea posible pero quién
sabe, a veces suceden cosas que no comprendemos y nos resultan mágicas. Y si,
ya sabéis que pienso que la magia existe de alguna manera extrañamente incomprensible.
Un
día un niño caminaba a casa de vuelta del cole y se encontró una de esas bolas
de cristal. Como es normal la confundió con una canica gigante, la metió a la
mochila y se la llevo para casa. ¡como pesaba esa mochila! No sabía como podría
jugar con ella pero era muy bonita y le dio por imaginar que pudiera ser una
canica de alguno de esos seres gigantes que aparecen en algunos cuentos. Por
muy grande que sea uno ¿también pueden jugar no? que a veces nos creemos que
los grandes no juegan y la verdad es que la vida sin juego es de lo mas
aburrida seas del tamaño que seas.
Llegó a casa sudando y con dolor de hombros, por lo menos la mochila había aguantado
el peso. La sacó, la dio vueltas un par de veces y como no sabía muy bien que hacer
con ella la dejó dentro del armario.
Pasaron
los días y ya se había olvidado de ella pero una noche que no podía dormir porque
tenía frio, fue a buscar la chaqueta del pijama al armario y se encontró que había
una pequeña luz purpura que brillaba dentro. Se asustó mucho y cerró la
puerta de golpe, no sabía lo que era aquella luz y muchas veces lo desconocido
nos asusta. Cuando se tranquilizo un poco pudo mas la curiosidad que el miedo.
¿Sabéis? La curiosidad es algo maravilloso porque nos hace descubrir miles de
cosas que no conocemos, que no sabemos, que si no fuéramos curiosos y curiosas
jamás descubriríamos.
Abrió
la puerta despacito y con sigilo. Sea lo que fuera no quería asustarle y mucho
menos enfadarle. Miro por la rendijita que había abierto y volvió a ver aquella
luz purpura. La estuvo observando un rato y como vio que no se movía abrió la
puerta del todo y se acerco a ver lo que era. ¡Era la canica gigante! ¡Y tenía
luz! ¡Y que bonita era! Acercó las manos con cuidado y la cogió. Seguía
teniendo miedo pero no pasó nada al tocarla. Se la llevo a la cama y se quedó mirándola.
De
repente en aquella canica empezaron a aparecer imágenes. Era alguien que se
parecía a él pero era un viejo, por lo menos tenía 40 años y estaba bailando.
Estaba bailando junto al mar, en un lugar desconocido y bailaba bajo la lluvia.
No estaba solo, junto a él bailaba una mujer también bastante vieja aunque
parecía mas joven que él. No se oía la música pero bailaban sin parar.
Las
imágenes del baile desaparecieron y volvió a aparecer el viejo sentado en un muelle
con cara triste. Bueno, triste igual no, tenía una de esas caras vacías del que
no siente nada, que sin duda son las peores caras. Y miraba al mar, lo miraba
como si no estuviera ahí y a la vez como si el mar fuera lo único que existía.
Llovía, jarreaba, hacia viento y aunque él iba en manga corta parecía que hacía
un frio de narices. Y de repente apareció ella. Esa si que era una sonrisa
mágica. Y que guapa era. De verdad, era muy mayor pero muy guapa. Se acerco a
él despacito y sin que se diera cuenta le tapó los ojos con las manos. Acercó
su boca al oído del señor y le dijo algo. En sus labios se pudo leer ¿bailamos?.
El sonrío, sonrió como seguramente no lo había hecho nunca, la felicidad le brotaba por
los ojos y su cuerpo entero se erizó. Puso sus manos sobre las de ella para
retirarlas de sus ojos y la miró, con esa profundidad que miraba al mar pero
con la expresión de alguien que ha alcanzado la felicidad plena. Se levantó, se
abrazaron y bailaron, bailaron, bailaron bajo la lluvia. Eran las mismas imágenes
que salieron al principio pero seguían y seguían bailando, y mientras bailaban
dejo de llover, y mientras bailaban el sol que empezaba a esconderse detrás de
las montañas comenzó a brillar, incluso diría que había subido la temperatura. Y
mojados, en aquel anochecer, en aquella preciosa puesta de sol bailaron, bailaron
hasta que cayó la noche y solo la luz de la luna nueva les acompañaba.
La
canica se apagó. Desapareció también la luz purpura y el niño se quedo dormido
sonriendo. Pasaron los años, montones de años, igual casi 40. Y muchas veces
pensaba en lo que vio en aquella bola y aunque había ido mucho a un muelle que descubrió
años mas tarde, nunca había sucedido nada. Tal vez no fuera aquel el muelle. Y aquel día de invierno, con
aquellas lluvias torrenciales, con aquel frio insoportable que se metía hasta
los huesos ya no esperaba nada, no recordaba nada, no pensaba nada, no sentía
nada, ni tan siquiera sabía si estaba vivo o todo era un sueño, un producto de
su imaginación, una sensación provocada por su mente. Solo miraba al mar.
Y
mirando al mar sintió sus manos.