martes, 29 de septiembre de 2015

Casi cuentos para Rita: Mari. Él.

Cuenta una leyenda que en el país de los vascos existe una dama de larga cabellera rubia que peina al sol con un peine de oro. Cuenta también que depende en cuál de sus moradas se encuentre lloverá, hará sol o las cosechas serán abundantes, tiene el dominio del clima y del interior de la tierra. Dicen que cada siete años se cambia de morada y que cuando cambia se le puede ver surcar el cielo en un carro de fuego. De ella vienen los bienes de la tierra y el agua de los manantiales. Puede enamorar a cualquier hombre o tratarlo de forma tiránica, pero siempre para impartir justicia. Mari o Maddi, la dama de Amboto, la que presagia las tormentas.

¿Quién no puede enamorase de Mari al verla sentada en un río con los pies en el agua, con la mira perdida, peinándose los cabellos? Cualquier hombre, cualquier mujer, lo haría. Y él también se enamoró, como solo los niños se enamoran, como solo un corazón limpió puede enamorarse, como solo se enamoran en los cuentos.
Era un hombre normal, un hombre gris, un hombre del que nunca hablaran las leyendas ni los libros de historia. Un hombre que, como la mayoría, pasaba desapercibido para el mundo y para los seres que lo habitaban. Pero él amaba la tierra y sus seres y siempre les sonreía y con su sonrisa quería decirles que si querían encontrarían en el a un amigo, a alguien con quién hablar, con quién reír, alguien al que acudir cuando quisieran, en momentos tristes o momentos alegres. Pensaba que era un rostro amable pero no lo era, no lo era porque por dentro era un ser tímido e indefenso y por fuera aparentaba ser otra cosa, tal vez aparentara ser una persona orgullosa, una persona que estaba de vuelta de todo, a veces borde y a veces por encima del bien y del mal. Era, tal vez ya no lo sea tanto, un hombre muy bueno, pero ser demasiado bueno o te hace parecer tonto o nadie es capaz de llegar a creérselo. Si no me equivoco a él le pasaban ambas cosas.
Pero Mari le miró, le miro con esa mirada de reojo, con esa mirada entre la desconfianza y la diversión y le mostro la mas cálida y maravillosa de las sonrisas. ¿Cómo no iba a enamorarse? ¿Cómo no iba a enamorarse cualquiera?
Mari era un ser poderoso y bello y el hombre anhela el poder y la belleza. Por eso Mari no podía confiar en nadie, los hombres querían lo que ella poseía no lo que ella era. Un ser poderoso que estaba lleno de miedos, un ser al que la vida le había pagado con injusticia su bondad, su amor con indiferencia, su justicia con desprecio convirtiéndolo en un ser inseguro y en parte atormentado por no poder hacer felices a las personas que más amaba. Un ser del que todos querían su poder sin devolver nada a cambio. Un ser tan bello y maravilloso al que el espejo devolvía una imagen distorsionada de si misma. El espejo del dolor de cómo la había tratado el mundo y las personas que lo habitaban. Su mundo, el mundo de Mari, tenía tantos días grises como azules por eso cambiaba de morada, para encontrarse mas a gusto según sus sentimientos, por eso al cambiarse de morada cambiaba también el tiempo.
Y él la miró, la miró por dentro, la desnudo con su mirada. Con la mirada tierna de unos ojos brillantes y comprensivos. ¿Cómo no iba a enamorarse de él? Cualquier persona lo haría.

Pero hay historias, hay cuentos que no quieren tener finales felices. Y este no quiso no tenerlo. Es difícil saber cuáles fueron las razones, y aun sabiéndolas sería difícil comprenderlas y aun comprendiéndolas sería difícil aceptarlas. Pero incluso los cuentos que no quieren tener finales felices no terminan hasta que dejan de escribirse. Y él sigue escribiendo y soñando que ella también lo hace.


Mari, la que presagia las tormentas Él, el que ama cada gota de lluvia.