miércoles, 7 de enero de 2015

Casi cuentos de adulto para Rita: de cómo se construyen los sueños

Todos soñamos, cada noche lo hacemos aunque por el día no nos acordemos de lo que hemos soñado. Pero eso sueños no son importantes, los importantes son aquellos que soñamos despiertos aunque en cierta manera muchas veces corren la misma suerte y se terminan olvidando.
Muchas veces nuestros sueños tienen que ver más con el tener que con el ser, una casa mas grande, unas vacaciones en el Caribe, que nos toque la lotería… Particularmente esos sueños no me parecen relevantes y prefiero quedarme con esas pequeñas cosas que tenemos guardadas dentro, esas cosas mas sencillas o esas cosas tremendamente complicadas que nos harían felices. Seguro que a alguno o alguna de vosotras os gustaría aprender a tocar la guitarra, retomar aquellas clases de pintura, volver a disfrutar de aquellos paseos que dabais por la naturaleza, junto al mar, tan solo con el sonido de las olas… Ya sabéis esas cosas sencillas para las que nunca tenemos tiempo. Pero también hay sueños mas grandes, encontrar el amor -ese amor verdadero que haga que te despiertes sonriendo y te acuestes feliz de haber vivido ese nuevo día- suele ser uno de ellos.
En el fondo da lo mismo lo que cada uno sueñe, soñemos con tener, con ser o con lo que sea, los sueños no se construyen solos. A veces la casualidad quiere que nos encontremos con ellos sin esfuerzo, sin trabajo y casi, casi por sorpresa. Pero incluso el que desea que le toque la lotería tiene que tomarse el trabajo de comprar al menos un décimo. Los sueños normalmente no se encuentran. Se consiguen.

Era se que se era –¿así empiezan los cuentos no?- un hombre que vivía en una pequeña villa del norte. Cuando se asomaba por la ventana podía contemplar aquellas montañas verdes plagadas de árboles centenarios que normalmente se teñían de blanco hasta bien entrada la primavera, momento en el cual se deshacían en cristalinos ríos que buscaban su destino en el mar.
Era se que se era, una mujer que vivía en una enorme ciudad del sur. Solo podía abrir las ventanas alguna noche de invierno porque durante el día el calor invadía la casa y hacía la estancia insoportable. Desde su ventana solo se veía el edificio de enfrente y un montón de ventanas cerradas que ni al frescor de la noche se abrían de par en par.
El hombre, la mujer, tenían un sueño. Tal vez el mismo, tal vez diferente pero en lo profundo, en lo más profundo de sus corazones el sueño representaba lo mismo.
Cada día al levantarse la mujer contemplaba esas ventanas cerradas y pensaba que eso no podía ser, que la vida es un mundo de espacios abiertos y que no se puede cerrar el paso a la vida, ya fuera al calor o al frio de un invierno que era desconocido.
Cada día al levantarse el hombre comprobaba que las ventanas estuvieran cerradas, no quería de ninguna de las maneras que el frio entrara en la casa. Y pensaba que ojalá viviera en otro lugar dónde fuera siempre primavera.
Sea por lo que fuera, las ventanas de las dos casas estaban cerradas. El pensaba que era mejor no abrirlas, que tal vez pudiera hacerlo en otras circunstancias. A ella en cambio solo le faltaba decidirse a girar la manilla de la ventana aunque la duda todavía era demasiado grande.
Si me preguntáis quién abrió primero sus ventanas no sabría que responderos. Solo me se esa parte de la historia y los seres humanos son tan diferentes y actúan de manera tan diferente que es complicado saber quién lo hizo primero si es que llegaron a hacerlo. Pero cuando lo pienso me digo que es más fácil cambiar nosotros mismos y lo que está en nuestra mano que que cambié todo lo que está a nuestro alrededor. Y lo que si que tengo claro es que para que una ventana se abra alguien tiene que girar la manilla.