viernes, 2 de septiembre de 2011

En esta isla, en una roca bañada siempre por las aguas de una mar serena, en un lugar dónde no existe la sombra y el sol quema como el fuego de los corazones solitarios. Aquí dónde siempre es verano, dónde las tormentas nunca acaban de romper el cielo, dónde la lluvia es un anhelo. Dónde todo es seguro porque nada en realidad existe.
Aquí, en esta tierra inhóspita, habita el olvido, durmiendo junto a mi pero sin alcanzar a cubrirme con su sombra para protegerme de ese sol de infernales rayos infrarrojos que quema hasta las pieles mas curtidas.
Sentado en una atalaya, paseando cerca de los faros que evitan los desastres pero que no aseguran que el mundo siga girando hacia dónde queremos. Junto a esa mar serena que nunca bate sus olas por encima de mi alma. Observando, esperando a sentir el ímpetu de sus olas rompiendo contra mi pecho.
El viento mece mis cabellos, despeja mi frente pero no mi cabeza. Y esa mar serena me arrulla con el suave canto de sus olas acariciando la roca. Y me quedo dormido en manos de las diosas del silencio, esperando a que un grito despierte un alma eternamente aletarga.
Y por fin estalla la tormenta y por fin las olas me arrastran hacia el mar con toda su fuerza, llevándose todo por delante. Dándome la vida, quitándomelo todo. Destruyendo el suelo en el que piso y construyendo un nuevo paisaje dónde disfrutar de la belleza de sus aguas.
El mar es un dios paciente, ganará siempre la batalla pero es más bello cuando desata su furia.