jueves, 9 de mayo de 2013

Sentados en aquel lugar, en ese lugar en el que contemplábamos el discurrir de la vida, mientras las nuestras permanecían inertes. El tiempo no pasa para nosotros, no pasa cuando estamos juntos. El tiempo se detiene cuando hablamos, se detiene cuando nos miramos, se detiene cuando nuestras manos se encuentran por casualidad y se rozan levemente. El tiempo se detiene contigo. No puedo ni imaginar que sucedería al besarnos. No quiero imaginarlo porque no puedo besarte.
Y allí, en aquel lugar, día tras día. Nos encontramos, nos reímos, nos sonreímos, criticamos al mundo y lo hortera que es la gente vistiendo; nos susurramos cosas al oído, te limpio de la comisura una manchita de helado de chocolate, tantas cosas, tantas… pero no podemos besarnos.
Y volvemos todos los días a aquel lugar mágico, dónde todo parece más bello, dónde hasta el cielo más oscuro nos deslumbra con su luz, donde las historias tristes son entrañables y las alegres son una fiesta de sonrisas y carcajadas. Volvemos todos los días, volvemos a ese lugar dónde no podemos besarnos.
Y al volver a casa, pienso en ti, pienso en todo lo que me has contado, pienso en tus ojos, en lo encantadora que eres y mi casa se ilumina con tu sonrisa y mi sumerjo en un sueño apacible dónde los milagros existen. Un sueño en el que tu sientes lo mismo que yo. Un sueño en el que si podemos besarnos. Y me besas. Me besas. Me besas. Imposible imaginar sueños mejores.
Me despierto y corro allí, al lugar dónde siempre nos encontramos y allí estás, más radiante aun por dentro que por fuera, allí estás esperándome. Y deseo que hayas tenido el mismo sueño. Lo deseo tanto que me quedo sin palabras y solo puedo mirarte. Y en tu mirada puedo ver que has soñado lo mismo. Tu mirada, solo tu mirada puede ser mejor que cualquier beso. ¿Cómo serán entonces tus besos? No lo se, no puedo tan siquiera imaginarlo. No quiero ni pensarlo. En este lugar maravilloso nunca podremos besarnos.