De inmediato se mostró en la pantalla del vid el rostro del Ciberbog.
En mi barra de herramientas apareció un icono que él me dijo que era para
comunicarme con él cuando quisiera y seguidamente su rostro desapareció de la
pantalla. Tan respetuoso era. Pulse él icono y le dije que él también podía
hablarme cuando quisiera y que en ese momento a mi me apetecía retomar la
conversación en el punto donde la habíamos dejado.
Le empecé a preguntar por la doctora Roes, pero él me dijo
que yo era humano y que tenía que descansar. Que habría tiempo de hablar de eso
y de otras muchas cosas pero que ahora lo importante era yo, recuperarme del
día y de los días en los que tanta tensión había vivido. Que disfrutara en la
Ciudad o en cualquier otro sitio del mundo y que cuando me repusiera, si seguía
queriendo hacerlo, me ayudaría con lo de la doctora Roes. Le dije que no solo
eso, que también quería que me ayudara a recuperarle a él, a lo que respondió
que él no tenía importancia, que era tan solo una máquina. Me callé, la verdad
es que me vendría bien tomarme un tiempo para descansar ahora que sabía que aun
estando en peligro el ciberbog velaba por mi bienestar, aunque en mi fuero
interno sabía que no descansaría ni podría olvidarme del Ciberbog.
Le pedí entonces que me contará como fue su historia, como la
conoció a ella. Su relato fue corto. El día que ella visitó las instalaciones
se sacó una fotografía con él de fondo como hacían la mayoría de los millones
de visitantes que por allí pasaban. El se fijó en ella como se fijaba en cada
persona que entraba dentro de las instalaciones. En esa misma milésima de
segundo unos niños jugando con la comida la tiraron por encima de las piernas
del Ciberbog. El permaneció impasible como siempre lo hacía cuando ocurrían
cosas similares, permaneció impasible como era su obligación. Pero ella lo vio,
se dirigió a los niños y les reprendió su actitud con voz suave y cariñosa,
explicándoles en que se habían equivocado. Ellos no le hicieron mucho caso y
salieron corriendo. Ella le dijo que lo sentía y quitándose su pañuelo de seda
limpió los restos que ensuciaban las piernas del Ciberbog y después de hacerlo
se marchó despidiéndose con una sonrisa. Su sonrisa. Aquella que hacía posible
lo imposible. Su sonrisa era, ahora ya sin duda, la respuesta.
Le pregunté si en ese momento era cuando le había dado el
pañuelo, en el fondo me dolía que le hubiese entregado el que fue mi regalo. Me
gustaba que fuera él quien lo tuviera pero no soportaba que pudiera haberse
deshecho de él sin una buena razón. El me dijo que no, que ella se llevo el
pañuelo y que incluso después de
limpiarle e quedó mirándolo y la notó preocupada por si lo había estropeado. Lo
metió al bolso dentro una bolsa de complástico y se fue. Mas tarde haciendo
ronda por el exterior de las instalaciones encontró la bolsa con el pañuelo
dentro y lo guardó como recuerdo. Repaso las cámaras de vigilancia pero no
consiguió encontrar cómo había llegado hasta allí. No sabía como sentirme, tal
vez lo hubiera perdido, tal vez decidió tirarlo. En cualquier caso me
entristeció saber que al igual que yo el pañuelo ya no estaba con ella. Ahora
lo tenía yo y en cuanto pudiera se lo daría al Ciberbog. Era su recuerdo, el
era quién debía de tenerlo, para él era infinitamente mas importante que para
mi, era el recuerdo de un amor que nunca pudo tener.
Cómo si no pudiera soportar mas esta conversación, como si la nostalgia y la melancolía se
hubieran apoderado de él se despidió, excusando que le suponía un excesivo esfuerzo
de recursos hablar conmigo y controlar la monitorización a la que estaba siendo
sometido.
Si, se enamoró de ella por un simple gesto de amabilidad, porque
se preocupo por él, porque le trato como un ser humano, porque le dio algo que
nadie mas le había dado un gesto de cariño y una sonrisa. Que poco le había
hecho falta para enamorarse, que poco había hecho falta para producir el
milagro de que nacieran sentimientos en una máquina. Pensé en mi mismo, en como
me enamoré yo de ella y tal vez fuera también porque se interesara por mi
cuando nadie lo hacía, porque tuvo un gesto amable y sobre todo por aquella
espectacular sonrisa que lo iluminaba todo. ¿Por qué nos enamoramos? Difícil saberlo.
Viví mis días junto la persona que amaba y fue algo maravilloso, algo que
muchas personas al morir podrán decir e incluso pensar que han hecho pero solo
unas pocas sabrán de verdad de lo que estoy hablando.