Encontró aquella piedra en la
costa después de una tormenta intensa, era diferente a las demás, su superficie,
al contrario del resto, no tenía ninguna arista, estaba desbastada por el
tiempo como un canto rodado lo está por el paso del agua de un rio. Se fijó en
ella porque la lluvia había limpiado en parte las negras cenizas que la
recubrían y mostraba un color gris como la niebla que asoló y terminó
destruyendo Ciudad Mees. Era una vieja roca comparada con el resto de las
nuevas rocas volcánicas que conformaban la isla. La recogió con sus manos y la
sumergió en el mar. Completamente gris y redonda, suave al tacto y guardando el
calor de las profundidades de dónde había surgido. Esculpiría algo con ella,
tal vez una nueva lágrima.
Sin saber que hacer y esperando
que la inspiración le llegara trabajando golpeo con sus rudimentarias
herramientas sobre la roca y está se resquebrajó por la mitad sin llegar a
resquebrajarse del todo. No había empezado a trabajar y ya había destruido la
roca, una alegoría Mees, una excepción que quedaba destrozada con el primer
golpe que recibía. La niebla fue el cincel que destruyo Mees. Con la roca entre
sus manos lloraba al recordar de nuevo todo lo sucedido, al saberse responsable
de no haber sabido predecir ni combatir la Niebla de Mees y lloraba también por
la roca, por haber destruido lo único diferente que había en aquella solitaria
isla a la que se trasladó buscando el descanso para su alma y de momento solo
se reencontraba una y otra vez con los diablos de los que quería huir al
trasladarse a ella.
La fuerza abandonó sus brazos y
la roca resbaló de sus manos cayendo al suelo y partiéndose definitivamente en
dos. Se agachó para recogerla, quería tirarla lejos y no volver a ver nunca
aquella piedra, alejarla de él para siempre, hundirla en el mal para hundir con
ella sus recuerdos. Pero al cogerla y separar su parte la roca le mostró su
secreto. Era una geoda, su interior estaba lleno de cristales de mineral de un
blanco azulado que recordaban al hielo. Prismas de cristal que nacían de la
roca y apuntaban al cielo con sus coronas piramidales. Y en la geoda vio Ciudad Mees, vio sus
edificios que también crecían mirando al cielo, y vio también la belleza que
albergaba. La geoda guardaba en su interior el recuerdo de Mees como él lo
guardaba en su cabeza, trasportándolo mientras duraran sus tiempos. Los tiempos
de Kaos serían breves pero aquella roca podría guardarlos durante milenios par
que tal vez alguien la encontrara y pudiera reconstruir con aquella idea ciudad
Mees. En una de las partes grabó Maes y sus recuerdos de la ciudad del Mar, en
la otra Nies, la ciudad de la niebla. Fabricó una repisa en el centro de su
hogar, de su vida, y colocó entre ambas mitades una severa figura esculpida en roca
negra de un dios griego que encontró en una ilustración en blanco y negro en
una hoja de un viejo libro de historia. El dios Poseidón, con un tridente amenazante
en la mano derecha y una isla de roca negra en la izquierda.